Comentario del último disco de Foo Fighters: El gigante se mueve libremente

Nueve temas, dosis equilibradas de respeto por el sonido histórico e innovación, buenas canciones y un productor que sabe captar los impulsos artísticos del líder. 

Esta enumeración alcanza para aproximarse a Medicine at Midnight, el disco de Foo Fighters que sale hoy con polvos mágicos de Greg Kurstin, un realizador que sabe deconstruir a rockeros tozudos o estilizarlos en su conservadurismo. 

No lo logró del todo en Concrete & Gold (2016), el disco anterior de la banda norteamericana, pero sí con los solistas de Liam Gallagher y ahora con la nueva entrega de Dave Grohl y los suyos, a juzgar por las dos escuchas a las que tuvo acceso VOS.

La sentencia de que Kurstin “pudo” con Foo Fighters se ampara en que Medicine at Midnight atiende en algunos tramos el capricho de Grohl de sonar a Let’s Dance, el disco que ochentero de David Bowie atravesado por el éxtasis del Duque con Nile Rodgers, de Chic. 

De todos modos, conviene advertir que tal pretensión está lejos de darse “al carbónico”. Es más, en un tema como Cloudspotter, un desarrollo insinuante y bailable de pronto se vuelve speed sin llegar a resultar desconcertante. Es como si Nile Rodgers fuera perseguido por Godzilla para ser aplastado, algo que queda lúdico más que burdo o antinatural. 

Medicine at Midnight, el tema, también está alineando al concepto “rock para bailar”, aunque no hay que pensar en el nervio de Franz Ferdinand sino en la tensión latente de un sexteto sosegado por un productor. Un Kurstin que, al comienzo, había filtrado coros góspel en clave “na na na” en Making a Fire

Shame Shame es otro punto en el que la banda se sale de su lógica altisonante de estadios, con una intro amenazante que se permite pizzicatos de violín. “Seré yo la lengua que te trague”, se le oye a Grohl en el medio de una lírica fuera de eje histórico, por cuanto es algo misógina. 

Pero será Chasing Birds la canción de la que se hablará hoy y por la que se recordará a este 10º disco de Foo Fighters. Primero porque es una balada preciosa, conmovedora; y segundo, porque en ella Grohl alerta que “el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones” y “con partes rotas” que dejamos por ahí. 

Foo Fighters ya llegó a los 25 años de carrera. (Sony Music)

Love Dies Young, en excitante plan The Killers, tiene una intención significante similar: “El amor muere joven y en él no hay resurrección”. 

El resto del álbum se atiene a algo más previsible, lo que no necesariamente responde a una demanda de himnos para entretener a multitudes, porque siempre se percibe a Kurstin omnipresente para evitar sobresaltos tribuneros. 

No Son of Mine se enfoca en un nicho más acotado, de hecho, ya que allí Dave nos recuerda qué tan amigo era de Lemmy Kilmister para cantar algo sobre la “codicia”, “la maldad”, “la inocencia perdida” y el devenir errático de “los muertos vivos”. 

Waiting on a war, en tanto, sale del molde Best of you, con el detalle que aquí los Foo Fighters se muestran como si el dueño del pub los hubiera obligado a sonar acústicos. Y queda Holding poison, un rock entrador sin tantas vueltas ni tantos dobleces. 

Antes de que el mundo cambiara completamente, Foo Fighters estaba por embarcarse en su gira de 25º aniversario, lo que probablemente hubiera generado un contexto diferente para la creación de este disco. Si Medicine at Night se explica por el aislamiento y la cuarentena, por un momento, sólo por un momento, vale no demonizar a la pandemia. 

 

 

 

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Los Foo Fighters le dieron aire a las impresiones de su productor. (Sony Music)