Milena Salamanca sale de su zona de confort: “La intención es mostrar la música de raíz como suena hoy”
Cuatro años pasaron de aquel disco debut en el que Milena Salamanca confirmaba su resonante aparición como una de las cantoras más destacadas de una nueva generación que comenzaba a abrirse paso dentro del siempre cambiante panorama de la música popular argentina.
La cantante platense nació dentro de una familia de músicos de tradición jujeña con gran renombre dentro del ambiente folklórico por sostener durante tantos años un espacio clave como La Salamanca, tanto en La Plata como en Cosquín. Por estos días, con 27 años e infinidad de vivencias acumuladas para una sub-30, Milena publica su segundo álbum, al que titula, simplemente, Milena y se transforma en toda una declaración de principios para este presente de la artista.
Si aquel K’arallanta (2016) mostraba una cantora haciendo honor a sus ancestros junto con invitados cercanos al entorno familiar como Bruno Arias y Tomás Lipán, Milena (2020) la deja verse en otra faceta: más abierta a la música latinoamericana (impronta de candombe en Mi gobierno o los aires afroperuanos de Otoño crepuscular, por citar los casos más notorios) y lanzada oficialmente como compositora. Además de los dos temas mencionados, llevan su firma Fénix en primavera, con el que abre el disco, y Solsticio de verano.
Milena fue producido en sociedad con Raly Barrionuevo, quien también participó como cantante invitado y músico, ya que en diferentes temas toca guitarras, teclados, bombo, y hasta bajo y acordeón. Y no sólo eso: la base de la banda del santiagueño radicado en Unquillo –compuesta por César Elmo y Sebastián Sayes–, así como la fluidez entre la cantora y el folklorista, terminaron siendo el respaldo perfecto para este disco que será presentado con un streaming este sábado, a las 21.30.
Consultada acerca de este largo proceso entre un disco y el otro, así como sobre el funcionamiento de la dupla con Raly, dice Milena: “Ambos somos bastante exigentes así que la búsqueda del repertorio fue muy exhaustiva, lo que nos llevó a transitar un período de tiempo de casi dos años. En ningún momento pensamos en acelerar ese proceso, a pesar de nuestras cargadas agendas y de que vivimos en lugares bien distantes, yo en La Plata y él en Unquillo”, explica.
Los viajes de uno y otro fueron una constante, de hecho gran parte del disco se craneó y grabó en Unquillo y en Villa Allende. “Me acuerdo de la primera vez que nos juntamos, yo tenía una idea muy específica y él tenía otra diferente. Finalmente, terminamos haciendo un híbrido entre las dos. Fuimos muy fieles a nosotros mismos como artistas, de igual a igual”, completa.
–Ya habías grabado en un disco de Raly, pero ¿cómo nació tu relación con él y qué crees que le aportó al disco?
–A Raly lo conocí en 2015, tenía una presentación en el Konex, me invitaron y terminé yendo sola. En ese momento no era de escuchar mucho su música y ya había dejado de consumir tanto folklore. Ahora casi no escucho folklore, de hecho. No de sobrada, sino para nutrirme de otras músicas. Me sorprendió tanto su recital que le escribí a sus redes felicitándolo y a los días me respondió, lo que me asombró muchísimo. Desde allí empezamos a construir nuestro vínculo y lo que me dijo es que a él lo han ayudado cuando era más joven y ahora ve eso en mí. Terminó siendo admiración mutua y desde un lugar bien natural. Siempre hay algo de endiosar a los grandes artistas y se dio cuenta de que yo no lo iba a tratar así. En 2017 me invitó a grabar en La niña de los andamios y luego a la presentación en Niceto. Ahí le dije que quería que trabajáramos juntos en mi disco. La única condición que me puso fue que teníamos que confiar el uno en el otro. Yo no quería un productor que me dijera qué tenía que hacer, así que se fue dando un proceso de sugerencias y paciencia. Eso hizo que el disco fuera como es. Su aporte fundamental fue el impulso para que yo me animara a soltarme como compositora.
–A diferencia de tu disco anterior, en el que hay un anclaje más fuerte en la música andina que viene de tu familia, en este hay una apertura a otros sonidos y folklores de Latinoamérica. ¿Cómo se dio esa búsqueda y hasta dónde puede llegar?
–¿Qué mejor que salir de esa zona de confort? Mucho del primer disco que tiene ver con mi identidad y mis orígenes es sólo una parte de quien soy. Este segundo, que no por nada tiene mi nombre, mis canciones y las de otros compositores que fui conociendo en el camino, son parte de este movimiento más actual. La intención es mostrar la música popular argentina y de raíz, como suena hoy. Como artista me interesa ser versátil y no quedarme en un solo agujero. En ese sentido, me encantan lo que hacen Nathy Peluso, Rosalía o Beyonce, que bailan, cantan, mezclan con la raíz. Son grandes inspiraciones. Es muy importante dominar los cimientos de nuestra música, pero yo aspiro a algo más. Conociendo esa música de muy chica, ya no me resulta demasiado atractivo seguir haciendo lo mismo que ya se hacía.
–Sos parte de una nueva generación de artistas con una mirada del mundo diferente, a partir de las transformaciones que propone el feminismo. ¿Cómo te sentís dentro de esa perspectiva? ¿Qué crees que falta para que las mujeres tengan más protagonismo en el folklore?
–Me siento privilegiada, valiente y feliz dentro de este cambio de perspectiva. He tomado la decisión desde muy chica de vivir en un escenario y con el tiempo fui aprendiendo un montón de cosas: una fue a tener que defenderme por ser mujer. Incluso antes, ya que mi familia tiene mucha exposición con las peñas y empecé como moza a los 11. Atendía un montón de gente y muchas veces se sobrepasaban. Cuando arranqué a cantar, tenía que defenderme de que era “chica”, que venía de una familia “acomodada” porque mi viejo es músico. Escuché muchas pelotudeces, siempre me costó no sufrir con eso y siento que me alejó de construir vínculos con mujeres músicas. Nunca incentivé esa competencia, pero siempre estuvo flotando en el aire. Después de que me fui de mi casa, a los 21, y participé de la primer marcha del #8M, fue la primera vez que me sentí representada y contenida. Hablé con mi hermana, con mis amigas y les cuestioné todo: ahí me cayó la ficha de que había vivido toda mi vida sufriendo esto. Eso hizo que yo me terminara de asentar y de elegir mi camino, para luego levantar la bandera del feminismo. En cuanto al folklore, no es lo que les falta a las mujeres, es lo que nos falta a todos. La ley de cupo es un gran avance, aunque los productores son casi todos hombres, y el folklore sigue siendo muy machista. Las mujeres tenemos que creer que podemos, apoderarnos de esos espacios y defenderlos. Porque, encima, somos más fuertes internamente que los hombres.