El poder presidencial, más devaluado que el peso

El presente infernal de la Argentina ayer registró el peor día de la presidencia de Alberto Fernández. El índice de inflación que alimenta la pobreza es el más alto desde que asumió, los casos de Covid-19 y de muertos acumulan cifras para el récord absoluto y la evidencia de que el consenso ya no es una alternativa posible en la política nacional hace que sea cada vez más lejana la salida de esta pesadilla.

La devaluación del poder presidencial para modificar esta realidad es más abrupta que la sostenida pérdida de valor del peso.

El miércoles a la noche el Presidente logró desconcertar a los propios con su improvisado discurso de cierre y militarización del AMBA. Dejó en la cornisa a su ministro de Educación al suspender las clases, tuvo que apelar a la presencia armada en el Conurbano ante la posibilidad de desacato generalizado y en simultáneo le obsequió a Horacio Rodríguez Larreta una oportunidad política colosal: la de representar desde CABA a ese país que no quiere sentirse parte del Gran Buenos Aires. El jefe de gobierno porteño asumió ayer ese rol.

El encierro de Alberto Fernández ya no es solo dentro de los estrechos límites del kirchnerismo. También quedó dentro de límites territoriales cada vez más acotados: decidió ser el presidente del Conurbano. Habla de los gobernadores, de las provincias y de sus habitantes como si pertenecieran a otro país. La concentración de recursos en el territorio bonaerense se precipitó en las últimas semanas y se agudizó con fuerza en las últimas horas, con dinero que va directo al bolsillo del cada vez más empobrecido Conurbano para garantizar el acatamiento de las restricciones.

Demás está decir que Córdoba integra ese territorio ajeno casi por completo para Alberto Fernández y que el Gobierno de Juan Schiaretti celebra esa condición. Así será mientras pueda. Es decir, mientras el avance de la pandemia no reunifique en la misma desesperación a todo el territorio nacional.