“La pandemia no justifica el abandono”: la desgarradora carta de la hija de Manolo Juárez

El pasado 25 de julio murió Manolo Juárez, el reconocido pianista y compositor cordobés que residía hace un largo tiempo en Buenos Aires. Según se informó en ese momento, el músico de 83 años falleció a causa de coronavirus después de haber ingresado al hospital para una intervención cardíaca.

Su hija Mora Juárez publicó por estas horas una carta abierta en sus redes sociales que causó conmoción en el ambiente, ya que relata en primera persona el abandono que sufrió su padre y vuelve a poner en evidencia los problemas del sistema de salud.

El texto se publica “La pandemia no justifica el abandono” y en un pasaje manifiesta que a su padre, “lo fueron matando de a poco. Esto que vivió mi padre NO puede seguir pasando.  Mi viejo murió del corazón, no de coronavirus. Murió por un sistema que lo apagó, lo devastó y lo abandonó”.  A continuación, la carta completa:

Mi papá, Manolo Juárez, falleció una tarde de invierno, en medio de un tiempo nuevo. En medio de una pandemia. En medio de un tiempo sin precedentes.

Este tiempo ha colaborado para que me interpele. Millones de preguntas acudiendo; casi todas sin respuestas. Casi siempre, regresan las mismas preguntas: ¿Cuál es el protocolo adecuado para aplicar a adultos mayores? 

Mucho al respecto dicen médicos reconocidos en los medios; también dicen autoridades. Hablan de una salud integral. Del delicado cuidado a los adultos mayores. Se escucha decir en todos los medios: a ellos tenemos que cuidarlos.

Pues entonces comencemos a definir qué quiere decir cuidarlos. Qué quiere decir integral, y por sobre todo preguntarnos si hay capacidad humana para tal cuestión -y lean que escribo capacidad humana, no hablo de académicos-. Hablo de humanidad.

Señores: una pandemia no justifica EL ABANDONO. En realidad, nada justifica tal cosa.

Hace uno días escuché al Dr. Facundo Manes contar sobre los dos tipos de empatía que el ser humano tiene: la cognitiva (pensar lo que está pensando el otro: ¿querrá que hable de tal manera?, etc.) y la emocional (sentir lo que el otro está sintiendo, ponernos en el lugar del otro). Intentaba así explicar lo que estamos atravesando en varios niveles:  económico, social y psicológico, para entender lo que este tiempo de pandemia y “cuidado” nos está produciendo en las dimensiones emocionales. Mientras lo escuchaba, reflexionaba acerca del diseño del protocolo. ¿Forma parte del mismo la empatía emocional? ¿LA HUMANIDAD?

Vuelvo sobre la idea: NADA JUSTIFICA EL ABANDONO.

Creo que sólo aquellos que han tenido a su cuidado un adulto mayor, pueden comprender cabalmente lo que intento escribir. Señores, un adulto mayor es, por lo general, altamente dependiente afectivo de su entorno, de sus hábitos, dependiente del amor (mucho más que en cualquier otro momento de nuestras existencias). Demasiada vulnerabilidad, demasiada fragilidad, demasiada resignación ante lo inexorable.

Escuché decir “son muy demandantes” Síííí… Señores! La escasa movilidad y la excesiva fragilidad de sus cuerpos demandan atención. Y aquí quiero poner el foco:

Si no pueden ocuparse, OCUPARSE, permitan que junto al adulto mayor se interne el familiar, que conoce sus más intrínsecas necesidades. Así les prometo no serán víctimas de sus demandas.

El Hospital Rossi de la ciudad de La Plata ha comprendido acabadamente estas circunstancias y ha generado un protocolo en el que el adulto mayor es respetado y tenido en cuenta en toda su dimensión, permitiendo que un familiar, previo acuerdo de responsabilidad se interne junto al paciente.

Señores, la pandemia viene también a despertarnos, a sacudir la estructuras rígidas y obsoletas. Viene a explicar el tan proclamado concepto del espacio óptimo (todo el personal de salud comprende de qué trata este concepto). Reflexionemos: nadie les pide se involucren emocionalmente con el paciente de modo que no puedan atenderlo, pero por favor!!!! El mismo concepto dice ÓPTIMO, NO ABANDÓNICO!!! Creo que existe una amplia distancia entre ambos conceptos. 

Ahora sí, concentrándome específicamente en lo que acontece actualmente,  propongo que reflexionemos juntos: una persona aislada no siente ni resuelve del mismo modo; ni a los 83, los 50 ni a los 4 años. 

Alguien seguramente pensó que un niño requiere del cuidado de sus padres, pues hay cosas que aún no puede resolver ni comprender. Acordamos todos que los niños deben estar acompañados del familiar al cual se encuentra habituado (atendiendo las múltiples posibilidades de crianza de las diferentes individualidades).

Escuché muchas veces sostener una y otra vez en los medios, conferencias, seminarios, papers, libros, etc, que los adultos mayores deben tener un cuidado similar al que reciben  los niños (al menos los niños que pueden transitar su infancia en condiciones socio económicas familiares y afectivas saludables). Pues bien, creo señores que es tiempo de que vayamos poniéndolo en práctica.

Es cierto que mi papá estaba enfermo (tenía varias enfermedades previas), y su corazón, que ya funcionaba al 25%, más tarde o más temprano se apagaría. 

Cuando lo llevé a la clínica, el 25 de junio, él caminaba, hablaba, y el día anterior había estado componiendo. En el viaje me preguntó si me gustaba comer pizza con él los viernes. También me recordó que tenía que hablar con Diego Fischerman por cosas que no le terminó de contar, y que estaba preocupado por Gaby Plaza, ya que nunca comprendió la razón del diario para desvincularlo. Cuando ingresó por guardia, nadie me comunicó que no lo iba a abrazar hasta un mes después. Nadie nos anticipó que al internarse se ponía en funcionamiento el tan mencionado protocolo de pandemia, ese tan cruel que no nos permitió ni un beso de despedida, ni poder explicarle el motivo de su internación, ni el modo en que permaneceríamos en contacto, para aunque fuera, se supiese sostenido a la distancia.

Y vuelvo a aclarar: NO FUE INTERNADO POR COVID; FUE INTERNADO POR UNA AFECCION CARDIACA, SEÑORES!

Permaneció en terapia intermedia por una semana, y antes de su intervención quirúrgica, le realizaron el hisopado que el protocolo exige.  Este sistema tan restrictivo, el que “nos cuida”, o el que “los cuida”, no lo salvó de que se contagiara el virus dentro de la misma “fortaleza”. 

Hablé, hablé y hablé. Pedí verlo con protección, inclusive antes de saber que ya era portador del virus. Nunca entendí por qué podía entrar el cafetero (y ojo que no tengo nada en contra del cafetero, pues me encanta el café). Sin embargo, su familia no podía, estaba impedida. Parecería que el bicho lo portan sólo los familiares.

Mí papá pasó por inenarrables situaciones durante ese mes, se sostuvo con una fuerza increíble, como lo hacen casi todos los adultos mayores que conozco, poniendo en práctica toda la experiencia que han adquirido a lo largo de sus vidas. Durante ese tiempo, muchas veces recorrí su vida, su lucha por conseguir el mango, en remar contra la corriente (como siempre decía), su creatividad y su ser maravilloso (y bueno… ha sido mi padre amado, no quieran que escriba otra cosa). Pensé en todo eso que lo hizo un león. 

En fin…. Lo operaron del corazón, le realizaron las diálisis que su insuficiencia renal exigía, se contagió un germen (lo trataron también por ello); le bajó la presión, iba y venía de internación de piso a terapia intensiva, y así varias veces. 

Siempre, siempre aislado de sus familiares. Durante algunos días no pudimos ni tomar contacto telefónico con él. En algunas oportunidades, algunas enfermeras nos atendían y nos decían -como si estuviesen cometiendo un delito-: “yo le voy a dar el teléfono a su padre para que pueda hablarles, le va a hacer bien, pero no le cuenten a nadie…”. Esas almas que sí practicaban la mentada empatía emocional, aquellas humanizadas, temían las reprimendas de sus inconductas. ¿De qué se trata todo esto? ¿De qué estamos hablando? ¿Qué estamos haciendo?

En su última semana no pudo comunicarse con su familia por 4 días. Debido a su larga internación mi padre fue perdiendo fuerza muscular, y precisaba que lo asistieran para comer, para responder el teléfono, para tomar agua…

Sin embargo, lamentablemente han sido muy pocos, allí adentro, quienes lo han asistido en sus necesidades.  

La pandemia NO justifica EL ABANDONO.

A mí papá, lo fueron matando de a poco. Paradójico.

Tanta insistencia logró su fruto. Lo pudimos ver un día antes de su partida. Su última frase fue que tenía vergüenza de que lo viese así. Quedé en shock. Su estado era terrible. La pandemia, el virus y la aplicación de un protocolo despiadado no justifica la falta de amor y cuidado hacia las personas. 

Me pregunto si el personal de salud, que hoy es nuestra bandera, se ha convertido en una máquina estricta desprovista de humanidad. 

A mi papá ya no me lo devuelven… pero señores: Debemos exigir un CAMBIO QUE NOS CONDUZCA HACIA LA PRACTICA DE UNA MEDICINA HUMANIZADA. 

A mí papá lo mató un sistema perverso. Leí que lo mismo sostuvo hace unos meses el actor Marcelo Mazzarello, pues su padre permaneció también internado en situaciones de extremo descuido. Y también a la periodista Fernanda Iglesias, cuya abuelita falleció sin poder tener contacto con su familia, padeciendo un destrato o maltrato del personal de salud, que también impidió en su caso el contacto telefónico y personal con ese familiar tan amado.  Y debe haber tantos casos más de personas que no conozco…

Nadie nos devuelve a nuestros familiares. Pero señores, la muerte no puede pasar inadvertida. El abandono no puede ignorarse.

Estas líneas sólo pretenden visibilizar lo que está sucediendo. No puede seguir ocurriendo. Ninguno de nuestros viejitos debe permanecer solo de afectos. 

Esto que vivió mi padre NO puede seguir pasando. 

Mi viejo murió del corazón, no de coronavirus. 

Murió por un sistema que lo apagó, lo devastó y lo abandonó. 

Pienso que hasta su último aliento trae una enseñanza, después de todo, eso hacen los Maestros.  Por eso escribo estas líneas, para que se sepa que una pandemia NO justifica el ABANDONO.


El pianista cordobés falleció el pasado 25 de julio. Foto: Archivo/La Voz.