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Ya todos piensan en octubre

La irrupción de Javier Milei en la arena de la lucha por el poder trajo consigo un nuevo modo de concebir la política, opuesto al clásico y convencional. Su condena genérica a “la casta” cabalgó exitosamente sobre el escepticismo y aun el desprecio generalizado sobre la clase política, a la que se percibía como completamente corrupta y ajena a las necesidades de los votantes.

Esta idea era principalmente válida para Cristina Kirchner y su franja peronista, cuya hegemonía en el poder desde 2003 había sido completa, con el módico e insuficiente lapso en que fue ocupado por Mauricio Macri.

Así, la gran fuerza motora de las adhesiones a Milei está constituida por un rechazo indiscernible a la política y a los políticos, encarnados sobre todo por el kirchnerismo y su fuerte propensión a apropiarse de los caudales públicos en nombre de los pobres.

El nuevo discurso, con proclamas simples y definitivas, anunciaba el fin de los privilegios, y así sedujo a amplias franjas de votantes, por su halo de justicia y también por la facilidad con la que prometía terminar con los males endémicos del país.

Así, la bravura, el grito e incluso su inevitable deriva, la intolerancia, se establecieron como protagonistas amados por sus seguidores, quienes atribuyen a ese tono lindante con el patoterismo los avances logrados en todos los terrenos, principalmente la lucha contra la inflación, a la que se ha logrado disminuir pero no eliminar.

Cabe recordar, por ejemplo, que para esta altura de su primer gobierno Carlos Menem ya la había suprimido en forma completa, convertibilidad mediante, y Mauricio Macri la mantenía a niveles del 1/1,5% mensual.

El jacobinismo, la impostación revolucionaria, la propuesta extrema, siempre seducen en épocas que crisis. Simplifican la realidad y ofrecen soluciones inmediatas y definitivas. Pero tanto fragor siempre se hunde en la fugacidad. Es difícil que tanta intensidad permanezca en el tiempo sin objeciones ni rebeldías.

Someter o seducir

Milei desprecia la política. La ve como un territorio incierto, de idas y venidas, de transacciones propias de espíritus corrompidos e irresolutos. Dice amar las certezas firmes e indubitables que ofrece el mercado a cuyas determinaciones, sabias y anónimas, debemos rendirnos en la búsqueda de los equilibrios indispensables que deben sentar las bases de la estabilidad y el crecimiento.

Por el momento, los logros de este estilo confrontativo le han resultado más que aceptables. Las encuestas anuncian un triunfo parejo del oficialismo en todo el país.

El ajuste, que siempre supone una desmejora de los ingresos y del nivel de actividad, no parece haber hecho mella en las adhesiones hacia el Gobierno. Y esta es una conquista importante, casi inédita. Los votantes aceptan sacrificar su presente en pos de un futuro mejor. Parece primar la razón sobre el bolsillo. Los próximos comicios nos harán saber cuán sólida es esta percepción.

Esta versión libertaria contiene, además de la vehemencia y la agresión, ingredientes distantes de la política clásica. Por ejemplo, las agresiones a la prensa crítica y la intolerancia generalizada hacia todo aquel que no coincida con los puntos de vista del Presidente. Confía en las redes sociales más que en la prensa tradicional; se enfrenta a las fuerzas afines y potenciales aliados, en procura de someterlos más que de sumarlos a su propia corriente.

No hay que buscar en esto un nuevo descubrimiento político; quizá la respuesta pueda hallarse más en la psicología que en la política.

La UCR, el PRO y los gobernadores

Si los grupos y los partidos afines recortan sus aristas y se someten, la uniformidad lograda no suma. Es la variedad cromática lo que crea espectros abarcativos.

El criterio excluyente de Milei, del todo o nada, consigue su objetivo de un modo pírrico y crea dificultades a los partidos afines, al ponerlos al borde de la disolución mediante la cooptación de sus figuras más relevantes, muchas de ellas ávidas de seguir disfrutando las mieles de una cuota de poder.

Resulta impactante que el otrora poderoso PRO de Córdoba se vaya desgranando porque sus principales figuras van sucumbiendo a la seducción del gobierno local o del poder nacional.

Algo similar sucede con el radicalismo, aunque en este caso se suma un conflicto de identidad. La UCR no termina de aceptar que, con el paso de los años, su espacio ha sido ocupado en gran medida por el PRO. Su peso nacional va en merma y su otrora robusta trinchera cordobesa se resiste a apoyar las iniciativas del Gobierno nacional, al que ven muy distante de la histórica raigambre “nacional y popular”, por la que siente más apego. Varias de sus principales figuras nacionales se perciben más cercanas al peronismo que a cualquier tinte liberal.

Entre esos intersticios que ofrece el tejido político actual, Juan Schiaretti está construyendo un nuevo espacio donde convergen dirigentes del peronismo, de la UCR y del PRO.

Es la dispersión propia de los comicios de medio término, donde no se juega el poder completo, sino algunos fragmentos atomizados.

Macri, abandonado por varios de sus más importantes alfiles, mira de reojo el nuevo territorio que intentan los cinco gobernadores. Quizá valore en ellos la decisión de construir algo con personalidad propia, distante del populismo kirchnerista, pero también resistente a la absorción autoritaria y despreciativa a la que indefectiblemente somete Milei a quien intenta ser su amigo.

Ya todos los ojos están puestos en octubre.

Analista político

​La irrupción de Javier Milei en la arena de la lucha por el poder trajo consigo un nuevo modo de concebir la política, opuesto al clásico y convencional. Su condena genérica a “la casta” cabalgó exitosamente sobre el escepticismo y aun el desprecio generalizado sobre la clase política, a la que se percibía como completamente corrupta y ajena a las necesidades de los votantes. Esta idea era principalmente válida para Cristina Kirchner y su franja peronista, cuya hegemonía en el poder desde 2003 había sido completa, con el módico e insuficiente lapso en que fue ocupado por Mauricio Macri.Así, la gran fuerza motora de las adhesiones a Milei está constituida por un rechazo indiscernible a la política y a los políticos, encarnados sobre todo por el kirchnerismo y su fuerte propensión a apropiarse de los caudales públicos en nombre de los pobres. El nuevo discurso, con proclamas simples y definitivas, anunciaba el fin de los privilegios, y así sedujo a amplias franjas de votantes, por su halo de justicia y también por la facilidad con la que prometía terminar con los males endémicos del país.Así, la bravura, el grito e incluso su inevitable deriva, la intolerancia, se establecieron como protagonistas amados por sus seguidores, quienes atribuyen a ese tono lindante con el patoterismo los avances logrados en todos los terrenos, principalmente la lucha contra la inflación, a la que se ha logrado disminuir pero no eliminar. Cabe recordar, por ejemplo, que para esta altura de su primer gobierno Carlos Menem ya la había suprimido en forma completa, convertibilidad mediante, y Mauricio Macri la mantenía a niveles del 1/1,5% mensual.El jacobinismo, la impostación revolucionaria, la propuesta extrema, siempre seducen en épocas que crisis. Simplifican la realidad y ofrecen soluciones inmediatas y definitivas. Pero tanto fragor siempre se hunde en la fugacidad. Es difícil que tanta intensidad permanezca en el tiempo sin objeciones ni rebeldías.Someter o seducirMilei desprecia la política. La ve como un territorio incierto, de idas y venidas, de transacciones propias de espíritus corrompidos e irresolutos. Dice amar las certezas firmes e indubitables que ofrece el mercado a cuyas determinaciones, sabias y anónimas, debemos rendirnos en la búsqueda de los equilibrios indispensables que deben sentar las bases de la estabilidad y el crecimiento.Por el momento, los logros de este estilo confrontativo le han resultado más que aceptables. Las encuestas anuncian un triunfo parejo del oficialismo en todo el país.El ajuste, que siempre supone una desmejora de los ingresos y del nivel de actividad, no parece haber hecho mella en las adhesiones hacia el Gobierno. Y esta es una conquista importante, casi inédita. Los votantes aceptan sacrificar su presente en pos de un futuro mejor. Parece primar la razón sobre el bolsillo. Los próximos comicios nos harán saber cuán sólida es esta percepción.Esta versión libertaria contiene, además de la vehemencia y la agresión, ingredientes distantes de la política clásica. Por ejemplo, las agresiones a la prensa crítica y la intolerancia generalizada hacia todo aquel que no coincida con los puntos de vista del Presidente. Confía en las redes sociales más que en la prensa tradicional; se enfrenta a las fuerzas afines y potenciales aliados, en procura de someterlos más que de sumarlos a su propia corriente. No hay que buscar en esto un nuevo descubrimiento político; quizá la respuesta pueda hallarse más en la psicología que en la política.La UCR, el PRO y los gobernadoresSi los grupos y los partidos afines recortan sus aristas y se someten, la uniformidad lograda no suma. Es la variedad cromática lo que crea espectros abarcativos. El criterio excluyente de Milei, del todo o nada, consigue su objetivo de un modo pírrico y crea dificultades a los partidos afines, al ponerlos al borde de la disolución mediante la cooptación de sus figuras más relevantes, muchas de ellas ávidas de seguir disfrutando las mieles de una cuota de poder. Resulta impactante que el otrora poderoso PRO de Córdoba se vaya desgranando porque sus principales figuras van sucumbiendo a la seducción del gobierno local o del poder nacional.Algo similar sucede con el radicalismo, aunque en este caso se suma un conflicto de identidad. La UCR no termina de aceptar que, con el paso de los años, su espacio ha sido ocupado en gran medida por el PRO. Su peso nacional va en merma y su otrora robusta trinchera cordobesa se resiste a apoyar las iniciativas del Gobierno nacional, al que ven muy distante de la histórica raigambre “nacional y popular”, por la que siente más apego. Varias de sus principales figuras nacionales se perciben más cercanas al peronismo que a cualquier tinte liberal.Entre esos intersticios que ofrece el tejido político actual, Juan Schiaretti está construyendo un nuevo espacio donde convergen dirigentes del peronismo, de la UCR y del PRO.Es la dispersión propia de los comicios de medio término, donde no se juega el poder completo, sino algunos fragmentos atomizados.Macri, abandonado por varios de sus más importantes alfiles, mira de reojo el nuevo territorio que intentan los cinco gobernadores. Quizá valore en ellos la decisión de construir algo con personalidad propia, distante del populismo kirchnerista, pero también resistente a la absorción autoritaria y despreciativa a la que indefectiblemente somete Milei a quien intenta ser su amigo.Ya todos los ojos están puestos en octubre.Analista político  La Voz

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