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Lo que se desprende de los libros

¿Qué formas adopta la práctica de “lo atamos con alambre” para sustituir señaladores, subrayados, doblados de páginas y otras formas más o menos aceptables de marcar pasajes que nos interesan en un libro o en las páginas que hemos leído?

Entre los libros de mis bibliotecas, encuentro los siguientes señaladores ad hoc: cartas (misivas y naipes); entradas de cine, teatro y recitales; almanaques (un trozo arqueológico, pues ya pocos negocios los regalan); billetes fuera de circulación o de denominaciones que ya no existen; boletos de colectivo (una antigualla, si consideramos que la Sube y otros sistemas los han reemplazado y los de larga distancia sufrieron destinos similares: basta con mostrar el celular para ser transportados)… la lista es virtualmente infinita. Vayamos por partes, porque existen varias categorías.

Pasajes de avión: este es un apartado bastante reducido, pues sólo he viajado un puñado de veces en avión, privilegio que tuvo lugar entre 2013 y 2017, para no volver a suceder.

En mi copia de los Relatos completos de Kafka, publicados por Losada, aparece un boleto de noviembre de 2015, cuando viajé a Londres por segunda vez, ocasión en la que anduve de pasada por Milton Keynes, conocida por ser una de las ciudades más aburridas del mundo, debajo de Houston y Helsinki.

En otra oportunidad, en 2017, viajé a Granada para dar una clase, pero el pasaje está en algún otro libro que no logro hallar. Paseando por la tierra soñada, me detuve en un café árabe en el que me atendió una moza muy bella y muy parecida a Gal Gadot, la mujer maravilla israelita.

Hallé la tarjetita del lugar —que promete “Algo de comer, algo de beber, y mucha paz”— en una copia de Historia de una tragedia. La expulsión de los judíos de España, de Joseph Pérez, que compré en el Museo de la Inquisición en Granada, un sitio bastante gore que todo fiel monoteísta debería visitar en algún momento.

Hablando de tarjetas, en las páginas de mis libros las hay personales, profesionales, de peluqueros, de restaurantes (mejicanos, hindúes, tailandeses, finos y no tan finos) y, principalmente, pizzerías.

Por ejemplo, en el segundo volumen de La ciencia ficción de H. G. Wells, editado por Hyspamérica con esas tapas preciosas en plateado y azul, encontré una tarjeta de la Queen Bees Blues Band, que vi en vivo por 2011 o 2012. Y, como todo buen gordo, encontré información de comida árabe en tres libros: El señor de las moscas, de William Golding, una edición en inglés de Desayuno de campeones, de Vonnegut, y Música prosaica (cuatro piezas sobre traducción), de Marcelo Cohen.

De dos libros sobre cine, El transeúnte inmóvil, de Néstor Tirri, y Crónicas de cine, de Homero Alsina Thevenet, salieron una bellísima tarjeta de la película argentina Puerto Paticuá (que todavía no vi) y, lo que tal vez represente la mayor curiosidad de este artículo, un pedazo de papel manuscrito ya amarronado que dice: “Clint Eastwood, Steve McQueen= triunfadores primitivos y veloces; Dustin Hoffman, Jack Nicholson, Al Pacino= perdedores introspectivos y patéticos; Warren Beatty, Ryan O’Neal= seductores sedosos y fascinantes; James Caan, George Segel (sic), Eliot Gould= tipos ásperos y difíciles”. El papel viene sin firma; el cinéfilo anónimo, sin duda, fue muy tajante en su categorización de esos machos de Hollywood.

Fotos: hacia 2017 recibí un puñado de fotos, tomadas con cámara analógica por una aficionada tandilense. Algunas aparecieron en las Memorias de Bioy y en Bioygrafía, de Silvia Renée Arias.

Ese año compré todo lo que encontraba sobre el autor de Un campeón desparejo, y las fotos me vinieron al pelo para marcar las páginas que me interesaban. A Bioy le gustaba mucho la fotografía, por cierto; en la Feria del Libro de Buenos Aires de 2024 se organizó la muestra “El lado de la luz”, de fotos tomadas por él.

Recortes de diarios: en uno de mis libros (no recuerdo cuál) guardo una foto de “Pichichi” Scioli cazando; sin un brazo, sostiene el fusil con el que le queda, con Karina Rabolini a su lado, ambos posando sonrientes con un animal muerto.

La veda funciona para algunos, eso se sabe. Cuando el camaleónico exgobernador viajó a Tandil, alguien le gritó el contenido de un grafiti que con el tiempo fue borrado: “¡Se te fue la mano, Daniel!”.

Volantes: en La Argentina fumigada, de Fernanda Sández, apareció un volante con los precios de una pizzería de Villa Urquiza, ciudad de Buenos Aires, que para la época (2013-2015) ofrecía una rareza: pizzas hechas con masa madre.

Los precios son para deprimirse y no volver a salir nunca más de la cama: 130 pesos una grande de muzzarella y 10 pesos la porción de fainá.

También, en un ejemplar de Dubliners, apareció uno de un hostel tandilense que ya no existe, marcando, precisamente, el cuento “The boarding house”, que Edgardo Scott tradujo como “La pensión”. En su traducción, publicada en 2021 por Godot, encontré un análisis de sangre en el que me dio el colesterol alto. No se me ocurre ningún motivo.

Boletas electorales: en uno de los libros que recibí en donación para una librería que tuve y duró lo que dura la promesa de un enamorado en temporada estival, encontré una boleta de Perón-Quijano, de las elecciones presidenciales de 1951. Ni lerdo ni perezoso, la hice sonar a un precio que no recuerdo. Hoy un trozo de historia justicialista como ese puede costar 130 mil pesos.

Los más cirujas: trozos de papel, cartón o cartulina, producto de la inmediatez y de la falta de previsión. Como “La corbata rojo punzó”, de Hugo Varela, proceden de la improvisación más urgente. Un proverbio en inglés dice “any port in a storm”, algo así como “en una tormenta, cualquier puerto es bueno”.

Los más hippies: hilos y lanas, hojas y flores. Una pequeña colección botánica entre las páginas de mis libros. Mis preferidos: hojas de eucalipto (por el aroma), pétalos de rosas o jazmines y hojas de ginkgo, árbol que sobrevivió al bombardeo nuclear en Hiroshima. Tal vez alguno de estos libros sobreviva a la Tercera Guerra Mundial, ¿quién sabe? Y dentro de ese libro alguien encuentre una hoja de ginkgo.

​¿Qué formas adopta la práctica de “lo atamos con alambre” para sustituir señaladores, subrayados, doblados de páginas y otras formas más o menos aceptables de marcar pasajes que nos interesan en un libro o en las páginas que hemos leído?Entre los libros de mis bibliotecas, encuentro los siguientes señaladores ad hoc: cartas (misivas y naipes); entradas de cine, teatro y recitales; almanaques (un trozo arqueológico, pues ya pocos negocios los regalan); billetes fuera de circulación o de denominaciones que ya no existen; boletos de colectivo (una antigualla, si consideramos que la Sube y otros sistemas los han reemplazado y los de larga distancia sufrieron destinos similares: basta con mostrar el celular para ser transportados)… la lista es virtualmente infinita. Vayamos por partes, porque existen varias categorías. Pasajes de avión: este es un apartado bastante reducido, pues sólo he viajado un puñado de veces en avión, privilegio que tuvo lugar entre 2013 y 2017, para no volver a suceder. En mi copia de los Relatos completos de Kafka, publicados por Losada, aparece un boleto de noviembre de 2015, cuando viajé a Londres por segunda vez, ocasión en la que anduve de pasada por Milton Keynes, conocida por ser una de las ciudades más aburridas del mundo, debajo de Houston y Helsinki. En otra oportunidad, en 2017, viajé a Granada para dar una clase, pero el pasaje está en algún otro libro que no logro hallar. Paseando por la tierra soñada, me detuve en un café árabe en el que me atendió una moza muy bella y muy parecida a Gal Gadot, la mujer maravilla israelita.Hallé la tarjetita del lugar —que promete “Algo de comer, algo de beber, y mucha paz”— en una copia de Historia de una tragedia. La expulsión de los judíos de España, de Joseph Pérez, que compré en el Museo de la Inquisición en Granada, un sitio bastante gore que todo fiel monoteísta debería visitar en algún momento. Hablando de tarjetas, en las páginas de mis libros las hay personales, profesionales, de peluqueros, de restaurantes (mejicanos, hindúes, tailandeses, finos y no tan finos) y, principalmente, pizzerías.Por ejemplo, en el segundo volumen de La ciencia ficción de H. G. Wells, editado por Hyspamérica con esas tapas preciosas en plateado y azul, encontré una tarjeta de la Queen Bees Blues Band, que vi en vivo por 2011 o 2012. Y, como todo buen gordo, encontré información de comida árabe en tres libros: El señor de las moscas, de William Golding, una edición en inglés de Desayuno de campeones, de Vonnegut, y Música prosaica (cuatro piezas sobre traducción), de Marcelo Cohen. De dos libros sobre cine, El transeúnte inmóvil, de Néstor Tirri, y Crónicas de cine, de Homero Alsina Thevenet, salieron una bellísima tarjeta de la película argentina Puerto Paticuá (que todavía no vi) y, lo que tal vez represente la mayor curiosidad de este artículo, un pedazo de papel manuscrito ya amarronado que dice: “Clint Eastwood, Steve McQueen= triunfadores primitivos y veloces; Dustin Hoffman, Jack Nicholson, Al Pacino= perdedores introspectivos y patéticos; Warren Beatty, Ryan O’Neal= seductores sedosos y fascinantes; James Caan, George Segel (sic), Eliot Gould= tipos ásperos y difíciles”. El papel viene sin firma; el cinéfilo anónimo, sin duda, fue muy tajante en su categorización de esos machos de Hollywood.Fotos: hacia 2017 recibí un puñado de fotos, tomadas con cámara analógica por una aficionada tandilense. Algunas aparecieron en las Memorias de Bioy y en Bioygrafía, de Silvia Renée Arias. Ese año compré todo lo que encontraba sobre el autor de Un campeón desparejo, y las fotos me vinieron al pelo para marcar las páginas que me interesaban. A Bioy le gustaba mucho la fotografía, por cierto; en la Feria del Libro de Buenos Aires de 2024 se organizó la muestra “El lado de la luz”, de fotos tomadas por él.Recortes de diarios: en uno de mis libros (no recuerdo cuál) guardo una foto de “Pichichi” Scioli cazando; sin un brazo, sostiene el fusil con el que le queda, con Karina Rabolini a su lado, ambos posando sonrientes con un animal muerto. La veda funciona para algunos, eso se sabe. Cuando el camaleónico exgobernador viajó a Tandil, alguien le gritó el contenido de un grafiti que con el tiempo fue borrado: “¡Se te fue la mano, Daniel!”.Volantes: en La Argentina fumigada, de Fernanda Sández, apareció un volante con los precios de una pizzería de Villa Urquiza, ciudad de Buenos Aires, que para la época (2013-2015) ofrecía una rareza: pizzas hechas con masa madre. Los precios son para deprimirse y no volver a salir nunca más de la cama: 130 pesos una grande de muzzarella y 10 pesos la porción de fainá. También, en un ejemplar de Dubliners, apareció uno de un hostel tandilense que ya no existe, marcando, precisamente, el cuento “The boarding house”, que Edgardo Scott tradujo como “La pensión”. En su traducción, publicada en 2021 por Godot, encontré un análisis de sangre en el que me dio el colesterol alto. No se me ocurre ningún motivo.Boletas electorales: en uno de los libros que recibí en donación para una librería que tuve y duró lo que dura la promesa de un enamorado en temporada estival, encontré una boleta de Perón-Quijano, de las elecciones presidenciales de 1951. Ni lerdo ni perezoso, la hice sonar a un precio que no recuerdo. Hoy un trozo de historia justicialista como ese puede costar 130 mil pesos.Los más cirujas: trozos de papel, cartón o cartulina, producto de la inmediatez y de la falta de previsión. Como “La corbata rojo punzó”, de Hugo Varela, proceden de la improvisación más urgente. Un proverbio en inglés dice “any port in a storm”, algo así como “en una tormenta, cualquier puerto es bueno”. Los más hippies: hilos y lanas, hojas y flores. Una pequeña colección botánica entre las páginas de mis libros. Mis preferidos: hojas de eucalipto (por el aroma), pétalos de rosas o jazmines y hojas de ginkgo, árbol que sobrevivió al bombardeo nuclear en Hiroshima. Tal vez alguno de estos libros sobreviva a la Tercera Guerra Mundial, ¿quién sabe? Y dentro de ese libro alguien encuentre una hoja de ginkgo.  La Voz

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