Para Enrique Urbizu, su director, Cuando nadie nos ve es un thriller que le huye “a lo trepidante”

El viernes pasado, Max dispuso el primero de ochos episodios de Cuando nadie nos ve, una serie de suspenso ambientada en una base militar estadounidense de Morón de la Frontera.

La realización amalgama el éxtasis religioso-popular en torno a las celebraciones de Semana Santa de ese municipio español de la provincia de Sevilla con una investigación llevada adelante por la Guardia Civil, a partir de extraños hechos criminales en los que estarían implicados los militares de la citada base, que viven en estado suspensivo, casi de burbuja.

Cuando nadie nos ve está basada en una novela homónima de Sergio Sarria y resuelta en términos audiovisuales por la producción de Zeta Studios y la dirección de Enrique Urbizu, doble ganador del Goya por su filme No habrá paz para los malvados (2011, mejor guion original y mejor dirección).

Y claro, son esenciales las interpretaciones de Maribel Verdú como Lucía Gutiérrez, sargento de la Guardia Civil que investiga el insólito suicidio de un vecino y otros sucesos casi sobrenaturales, y de Mariela Garriga como Magaly Castillo, agente especial del Ejército de Estados Unidos enviada a la base de Morón para averiguar el paradero de un soldado americano desaparecido.

Todo esto que se lee muy interesante enorgullece a Enrique Urbizu, el elegido por Max para la promoción de la serie en Argentina y con quien La Voz elige una pregunta antojadiza para empezar: ¿qué sensación le despierta tener bases estadounidenses en su propio territorio?

“Lo tomó con naturalidad. Es bastante habitual desde la Segunda Guerra Mundial en todo Occidente. Es natural que los ingleses-americanos tengan esos puntos estratégicos y que los compartan con otros países. Esas bases suelen ser bastante funcionales y operativas, muy poco intrusivas”.

“Los militares americanos tratan (y más desde el 11-M) de llevar su vida doméstica muy dentro de la base que les corresponda –añade–. Antes y aquí en Madrid, en la base de Torrejón la convivencia era más porosa. El militar americano exploraba España más allá de ella”.

“Ahora, ya te digo, están un poco más aislados. Voluntariamente aislados. Pero, vamos, lo mejor que te puedo decir es que la base, si no te interesas por ella y decides visitarla, ni la ves”, completa el también profesor en la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid (Ecam).

Esta es cuestión de los militares norteamericanos interactuando culturalmente con España es sólo uno de tres aspectos que le atrajeron a Urbizu de este proyecto.

“Me atrajeron tres aspectos que, mezclados, me parecían imposibles”, confirma.

Luego enumera: “Primero, estuvo el fervor en torno a la tradición de la Semana Santa andaluza, como unidad de espacio y tiempo en el que pasa todo. Segundo, lo que ya hablamos, lo de explorar y conocer cómo es esto de los militares americanos aquí, como es el funcionamiento de la base y demás. Y en tercer lugar, la Guardia Civil española, que tampoco se ha prodigado mucho”.

“Ahora aparece más en algunas ficciones, pero siempre ha sido un cuerpo muy autoprotegido y poco dado a una comunicación fluida con la sociedad. Hace bastantes años ya que la colaboración es muy fluida y entonces, claro, el retrato también se puede hacer de forma más fidedigna. Puedes acercarte a ellos para retratarlos más como son, contar cómo es su función, cómo es su vida cotidiana y demás. Esas tres cosas para mí eran nuevas. Y mezcladas, suponían un montón de retos en cuanto a ritmo narrativo y formas visuales”, redondea.

A la hora de hablar de las especificidades de Cuando nadie nos ve, Enrique Urbizu aclara que su ritmo “no es trepidante”.

“No es una serie de acción contemporánea –advierte–. Al contrario, presenta personajes que, en su mayoría, sufren de una inmensa soledad. Están todos ocultos detrás de un uniforme, de una manera o de otra, y con un código de conducta impuesto. Y esto era muy interesante para mí”.

–Esto me hace pensar que has puesto especial énfasis la dirección de actores. Que te has enfocado en los gestos, las posturas. Claro que para ese fin has tenido un elenco de bastante peso a tu disposición.

–Bueno, siempre le doy una importancia determinante al casting. Si nos equivocamos ahí, vamos a tener problemas a lo largo de toda la producción. Y para mí, una vez que la serie está bien preproducida y demás, cuando llega al rodaje todo tiene que estar en su sitio para que trabaje con los actores. Lo más importante de mi trabajo durante el rodaje es estar en plena confianza con todos y cada uno, no sólo con las estrellas. Si lo que está delante de la cámara no es sólido, no hay película ni serie que merezcan la pena.

–Te has dado el gusto de trabajar con Maribel Verdú por primera vez…

–Sí. Teníamos ganas de compartir una experiencia artística, nos lo habíamos dicho ya varias veces, pero yo encontraba un papel para ella. Pero una vez que leí esto, en la primera reunión que hice para aceptar el trabajo dije: “Maribel Verdú”. Eran la ocasión y el personaje para trabajar por primera vez con ella.

–¿Cómo te sienta este nuevo ordenamiento de consumos culturales en que hemos privilegiado el hogar por encima de ir a las salas de cine? Y por otro lado, te pido una consideración sobre los recientes Oscar, donde al premiar una película independiente la Academia les plantó cara a las plataformas de streaming.

–Podríamos estar hablando todo el día de esto. Los daños que supusieron la pandemia del Covid y el empuje definitivo que se le dio al consumo doméstico tienen pinta de ser irreparables para las salas. Hay que seguir luchando para mantener el cine en las salas, por muchas razones. La televisión lo pone muy fácil: tiene al espectador empoderado, ya que decide cuándo para, cuándo sigue, cuándo deja. Eso produce la fragmentación, y la fragmentación destruye a la obra cinematográfica. No puedes romper una película en cuatro cachos y hacer de cuenta que la has visto de verdad. Esto, en mi caso, que tengo actividad docente y cinematográfica aquí en Madrid y demás, es una de las piedras de toque en las conversaciones con las nuevas generaciones.

–¿Y a qué conclusión llegan?

–Te digo la mía: ellos se ponen en el móvil una película de Michael Cimino de tres horas, como The Deer Hunter, para abordarla en tres o cuatro cachos y presumen de haberla visto. Y yo les digo “No has visto The Deer Hunter, porque a The Deer Hunter te la tienes que meter quieto sin pararla y seguro que acabas llorando… Así como las has visto tú, no”. Esa reeducación va a ser muy difícil, ¿no? Lógicamente, esta fragmentación y este ritmo les vienen muy bien a las plataformas, que tienen la gran contradicción de producirle películas a Clint Eastwood para luego no estrenarlas en salas. Ah, pero eso sí, cuando tienen que dar premios se los dan a eso que todavía llaman “cine independiente”, y que de independiente no tiene nada porque lo distribuye una major.

–Y “Cuando nadie nos ve”, ¿es cinematográfica en algún punto?

–Mira, yo ruedo como ruedo, no hago distingos. Desde luego, lo que no hago es decirle al espectador “Te lo voy a poner más fácil”. No pongo primeros planos para que no te aburras ni te voy a llenar de canciones. Este oficio de director de cine o de cineasta debe tener mucho de ética y de moral. Lo que haces es hablar sobre las vidas de las personas y debes responsabilizarte para estar a la altura de ellas. Entonces, a las frivolidades y a las tonterías prefiero ahorrármelas. En este contexto, digo: las series deberían ser complementarias al disfrute de una película en sala.

–¿Y ves series?

–No soy compulsivo, trato de elegir bien. Y me propongo verlas de un solo tirón. He visto cosas despampanantemente buenas en estos últimos años. Hannibal, por ejemplo. En fin, no tengo nada en contra. O sí, lo que tengo en contra es el abuso, el monopolio, el empujar a las salas de cine a su desaparición.

Más información

Lorena Vega, la actriz del momento gracias a Envidiosa: “No soy psicoanalista, soy actriz”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *