El desprecio de los mayores: el caso de los docentes en la Anses Córdoba
Libertarios: ¿hasta cuándo y hasta qué extremos abusarán de la paciencia, de la indefensión y de la vulnerabilidad de los jubilados argentinos? Ya parece no sólo una costumbre de cada gobierno, sino también un deporte nacional este salir a golpear a los viejos y a los desvalidos.
En estos días, cuando se vieron escenas dolorosas de jubilados que no sólo perdían la posibilidad de acceder a sus remedios, sino que eran sometidos a penosos trámites burocráticos para obtenerlos, uno de los tuiteros que nuestro Presidente suele elogiar escribía en su cuenta anónima @MiltonFriedom5 en X: “Pero mirá si voy a sentir empatía por los abuelitos. La generación de imbéciles fracasados que votaron para la mierda 80 años y les dejaron un país africano a los pibes de hoy”. El texto tuvo miles de reproducciones y de adhesiones.
Sin embargo, el Gobierno nacional y sus militantes deberían estar agradecidos a la “clase pasiva”. Como es de público conocimiento, el famoso déficit cero fue logrado en gran medida, y lo sigue siendo, gracias al aporte de los jubilados, por forzado que fuera: un 35% corresponde al sacrificio de sus sueldos.
Testimonio
Todo esto es conocido, y a millones de argentinos, a juzgar por las estadísticas de aprobación de la gestión mileísta, les parece la cosa más justa y natural del mundo. Menos conocido, o desconocido sin más por todos, es lo que ocurre con cerca de un centenar de docentes en Anses de Córdoba. Referiré a continuación mi propia experiencia, porque es de la que tengo toda la información y la documentación.
He sido profesor de Literatura desde hace 37 años, tanto en el nivel secundario como universitario. A principios de diciembre de 2023, inicié el trámite jubilatorio. Dado que podía hacerlo tanto por la Nación como la Provincia, y dado que, lamentablemente, el porcentaje de la jubilación provincial es bastante inferior a la nacional, opté por esta última.
En junio de este año Anses, me informó que, para completar y concluir el trámite, sólo faltaba que presentara la renuncia a mis cátedras. Eso hice el 31 de julio. Tres meses después, el organismo me avisó que mi primer cobro de la jubilación estaría depositado el 16 de octubre. Sin embargo, mi abogada me hizo saber que el pago había sido “retenido”. Cuando ella averiguó el motivo de tal “retención” de haberes, se le comunicó que se debía a una supuesta auditoría, y que tal “inspección” de lo ya inspeccionado a lo largo de un año no demoraría menos de 60 días. Supo también, por el personal del organismo y por colegas suyos, que en la misma situación se encontraban en Anses los pagos de casi un centenar de docentes.
Pues bien, ya llegamos a las últimas semanas de diciembre, y a pesar de un recurso de amparo, mi expediente y el de los demás exdocentes cordobeses siguen “inspeccionados” y los sueldos “retenidos”, y se nos ha informado que, con suerte, los pagos recién se harían en febrero o en marzo.
Maltrato
No sé si se entiende la gravedad del maltrato, que es difícil decidir si responde simplemente a ineficiencia, a indiferencia o a otra de las prácticas deportivas predilectas de la actual gestión, el ciclismo financiero de fondos: mi último sueldo fue el de julio, de modo que ya van cinco meses que sobrevivo sin ningún ingreso, y se me dice que deberé sobrevivir todavía dos o tres meses más así, sin la más mínima entrada, teniendo que pagar mi alquiler, mis impuestos, mis servicios, mi comida, mis remedios, etcétera, con lo ahorrado durante toda mi vida.
En tanto, también, y más grave aún, la asignación por discapacidad de una de mis hijas ha sido igualmente interrumpida desde el mes de julio, ya que la recibía con mi sueldo, dejándola en un absoluto desvalimiento, y cuando la reciba nuevamente no incluirá los meses en los que no la tuvo.
No soy el único, somos casi 100 docentes que estamos padeciendo el mismo atropello. ¿Qué esperan? El desdén por el sufrimiento de los mayores no sólo es espiritualmente canalla, sino que, cuando proviene del poder, es criminal.
Pensaba en esto al leer Días felices en el infierno, la novela autobiográfica del poeta húngaro György Faludy, donde relata su experiencia como prisionero en un campo de concentración, cuando Hungría quedó bajo la órbita de la Unión Soviética luego de la Segunda Guerra Mundial: “Durante el día, como una protección instintiva contra los guardias, el clima y el hambre, yo me movía lentamente, con los hombros caídos y la cabeza inclinada, balanceando el peso de mi cuerpo entre un pie y el otro calculadamente, para parecer así más envejecido y débil de lo que realmente estaba; y lo hacía porque, por más que a los muchachos campesinos que constituían la mayoría de las fuerzas de la AVO (la Policía secreta de Hungría de 1945 a 1956) les habían enseñado en las escuelas del Partido a odiar al enemigo, antes habían aprendido en casa y en la escuela del pueblo a respetar a los hombres de edad avanzada”.
Ese resabio de ancestral cultura, evidentemente, hoy ya está perdido, y el respeto por los mayores ha sido sustituido por el desprecio hacia los que la militancia libertaria define como “viejos meados”. Todos, sin embargo, tarde o temprano, llegarán a viejos, y es su derecho que el Estado les dé lo que les corresponde, lo que nos corresponde, luego de una vida de aportes y de trabajo para el bien de la comunidad.
* Escritor y docente