Derrames culturales: progreso y modernización de la Argentina

En un interesante escrito sobre la relación entre Estado capitalista y democracia, el filósofo esloveno Slavoj Zizek señala: “Las condiciones del capitalismo han sido creadas y mantenidas con una brutalidad dictatorial muy similar a lo que sucede hoy en día en China”.

Alega, además, que cuando los países en vías de desarrollo son “prematuramente democráticos”, se genera un populismo que desencadena el desastre económico y el despotismo político.

Expone el ejemplo de Corea del Sur, Taiwán y Chile. De su lectura, surge la necesidad de elites políticas en condiciones de dirigir los duros caminos del desarrollo capitalista. No obstante, no aparece nítida en su exposición la relación entre burguesías emergentes y patrones culturales

El caso de la Argentina

Destaco la opinión del filósofo porque nos permite entender las condiciones que dieron lugar al progreso y la modernización de la Argentina luego de las batallas que impusieron al Estado nacional por sobre los intereses de la provincia de Buenos Aires (se contabilizaron tres mil muertos).

El proceso liderado por el presidente Julio Argentino Roca se funda en una democracia adulterada por el fraude y la concentración de poder, mediante la consolidación de una elite que facilitó la modernización del Estado y de su estructura social.

Sin embargo, el talón de Aquiles de la estructura creada se define por haber consolidado un capitalismo dependiente y de carácter rentístico. La visión del presidente Roque Sáenz Peña al respecto es demoledora.

El otro eje que debilita el Estado-Nación es el resultado de la crisis cultural, consecuencia del impacto inmigratorio sobre la población original.

Esto plantea una desarticulación social y un problema de identidad con impacto en la vida política de la Argentina. Esto lo señala Joaquín V. González en el Discurso del siglo: “Que la educación política del pueblo argentino no ha llegado al nivel de sus instituciones escritas no podría negarlo ningún observador imparcial y que anhelase para él un progreso verdadero, de base futura indestructible”.

En otro párrafo, augura dificultades para el futuro: “Si la época de la elaboración de nuestro orden institucional fue larga y agitada, la época que se inicia con la reconstitución, que fue un resultado de violentos conflictos y un pacto de los gobiernos y de las armas debía serlo mucho más, y acaso tanto, que nuestros hijos y los de ellos no puedan ver consumada la completa normalidad del régimen creado, tal como corresponde a un estado superior de cultura”.

Otra mirada, la de un profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, Juan Agustín García, perteneciente a una familia de siglos de arraigo, denuncia las debilidades culturales de las clases propietarias, quienes fueron las grandes usufructuarias del modelo: “Hay que perdonarles porque no saben lo que hacen”, para acotar “y su ganancia es sólo comparable a su vanidad”.

Enrostra que nadie se ha preocupado en enseñarles las responsabilidades propias de su carácter de ciudadanos. “La fortuna, para ser respetada y protegida, siente la necesidad de rodearse de esa aureola moral y de cultura y de altruismo que, si está bien inspirada, se traduce en las obras que contribuyen a mejorar los sentimientos y la inteligencia del pueblo”.

En su escrito para la Facultad de Derecho, compara las obras y los legados de los hombres ricos de EE. UU. y de Gran Bretaña con la mezquindad de una clase terrateniente que se justifica a través de contribuciones a iglesias y a conventos.

En esa comparación, grafica la diferencia entre las manifestaciones de una burguesía progresista con sentido de futuro y las propias de la clase terrateniente y comercial que definía la realidad económica.

Tulio Halperin Donghi la describe como una clase social con una fuerte tendencia al consumo conspicuo, a la negación del proceso industrial autónomo y amante de la especulación (De la república posible a la república verdadera).

Alfredo Palacios, el primer diputado socialista de América, vincula los diferentes gobiernos por sus políticas de despilfarro y denuncia la existencia de latrocinios, producto de la vinculación entre las grandes empresas y gobiernos, que según el diputado siempre quedaban impunes.

Se advierte que un intelectual liberal, brillante miembro de los gobiernos de Roca, un profesor de raigambre conservadora y un exponente de una mirada anticapitalista coinciden en apreciar la fragilidad de los cimientos de una Argentina difícil de interpretar a la luz de su reluciente modernidad.

Halperin Donghi sintetiza el cuadro al expresar que la oligarquía había perdido el rumbo y que, además, llegaba fracturada y muy débil políticamente al centenario de la república.

Según López Meyer, la Unión Cívica Radical no pretendió representar a un sector social en particular, sino al conjunto de la nación. Para Ezequiel Gallo y Silvia Sigal, el programa radical, en lo esencial, implicaba una reivindicación moral que actuaba como legitimación de la exigencia del poder y concebía al partido como la causa reparadora. “En esa cosmovisión moralista, la causa se confunde con la nación”.

* Doctor en Ciencia Política (UNC y CEA)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *