La discusión sobre libros con contenido sexual: un planteo maniqueo

Un capítulo anticipado del escándalo se produjo hace algunas semanas en Mendoza. Algunos padres denunciaron a un profesor de Lengua y Literatura del Colegio Corazón de María, de esa ciudad cuyana, porque les hizo leer a sus alumnos Cometierra, novela de la escritora Dolores Reyes.

En partes de ese libro se pueden leer párrafos como el siguiente: “Con la mano libre, se desabrochó el cinturón, bajó el cierre del pantalón y se lo quitó. La otra mano se cerró en mi nuca. No me podía mover. Tiró de mí. Sacó su p… por encima del bóxer y me la acercó a la boca. Me dejé llevar a un beso tan suave como si lo que besaba fuese una lengua. Le bajé el bóxer del todo. La piel que tocaba me gustaba. Podía apretarla con los labios mientras la p… jugaba en mi boca y se iba hundiendo”.

Una polémica similar se había producido en Neuquén y en Necochea.

Otra de las obras polémicas es Las aventuras de la china Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, una ficción en la que la protagonista es la mujer de Martín Fierro, y ya se imaginan algunas de las cosas que describe que hace la china Iron.

Pero el escándalo mayor estalló cuando se conoció que estos libros se distribuyeron gratuitamente en los colegios secundarios de la provincia de Buenos Aires, en el marco del programa “Identidades bonaerenses”.

Surgió entonces la pregunta clave: ¿Está preparada una persona de 14 o 15 años para estas lecturas? ¿De qué manera?

Si alguien espera una respuesta contundente, olvídelo. Hay tantas voces a favor como en contra.

A favor y en contra

Algunos de los argumentos en contra de estas lecturas: que las escenas de contenido sexual son innecesarias para el aprendizaje escolar, que los chicos no están preparados para recibir información de sexo adulto, que se naturalizan cuestiones no naturales en esas edades, que estas acciones educativas no tienen en cuenta la maduración de cada chico, y varias más.

A favor: que se trata de una acción educativa en el marco de la ley de Educación Sexual Integral (ESI), cuya finalidad es prevenir abusos y crear conciencia sobre la violencia de género. Y que eso se logra hablando abiertamente sobre sexualidad en las escuelas.

Al margen de tales argumentos, lo que pasa en Buenos Aires es también una pelea política, ya que desde el mismo Gobierno nacional decidieron confrontar con este tema contra el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, y su ministro de Educación, Alberto Sileoni.

La disputa, ahora, se mide en los maniqueos términos de “proderechos” vs. “antiderechos”, lo que impide abordar una discusión seria y a conciencia, libre de sesgos o de prejuicios. Una discusión que, sin esto último, resultaría atrapante y enriquecedora.

Por otra parte, cabe preguntarse qué tan proporcional es el escándalo con relación al constante acceso a la pornografía, del que los jóvenes disponen de manera variada y extendida desde el mismo momento en que empuñan un teléfono móvil.

También se advierte, en algunas declaraciones, un desvío automático para esmerilar todo lo relacionado con la ESI, que es ley en Argentina y que ha sido ampliamente debatida antes de su aprobación, aunque los sectores más conservadores buscan revertir ese hecho con cualquier argumento.

Al mismo tiempo, es curioso leer o escuchar cómo el papel de la familia adopta un nivel de mayor o menor importancia, según el tipo de acción de la que se trate. Si es para “cuidar” a los hijos de la “depravación sexual”, la familia es lo primero. Pero si nos referimos al nivel educativo de esos mismos chicos, la culpa es de la escuela, y la familia ya no está tan ávida de asumir su parte de responsabilidad.

Por último, que los libros mencionados estén en las bibliotecas escolares significa que están al mismo alcance que en una biblioteca pública o que en las librerías. ¿Habrá que catalogar a todos las novelas de ficción para impedir que sean prestadas o vendidas a menores de 18 años si contienen relatos sexuales explícitos?

Desde 2022, una legislación del estado de Florida (EE. UU.) prohíbe libros que contengan cualquier material sexualmente explícito en bibliotecas de educación primaria, secundaria y bachillerato, tras las quejas del grupo conservador “Moms for Liberty” (“Mamás por la Libertad”, curiosamente).

La norma supuso la retirada de clásicos como Un mundo feliz, de Aldous Huxley; Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, una veintena de obras de Stephen King y hasta El diario de Ana Frank.

¿Se viene el Floridazo en Argentina?

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