¿La miga de pan engorda más que la corteza?

Una de las preguntas más comunes en el mundo de la alimentación es si engorda más la miga de pan o la corteza. Al ser un alimento básico en muchas dietas, el pan genera dudas sobre su verdadero impacto en el peso.

Aunque el pan en su totalidad está compuesto por los mismos ingredientes (harina, agua, levadura y sal), hay pequeñas diferencias entre la miga y la corteza en términos de textura, densidad y contenido de agua.

Un especialista en nutrición le pone fin a un mito que probablemente le quitó el sueño a más de uno.

¿La miga de pan engorda más que la corteza?

El investigador Miguel Herrero, del Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación (CIAL), explica que al tener menos agua, los componentes de la harina, básicamente hidratos de carbono, se encuentran más concentrados en la corteza, por lo que, a igualdad de peso entre la corteza y la miga habrá una concentración de calorías mayor en la corteza.

“Alimentarse no deja de ser un acto voluntario sobre el cual los adultos tenemos un gran poder de decisión, lo que nos hace muy sensibles a corrientes de opinión, aunque no tengan ningún respaldo científico detrás”, remarca Herrero, que publicó hace unos años el libro Los falsos mitos de la alimentación.

La miga tiene mayor contenido de humedad y aire. Al ser más esponjosa, algunas personas creen que engorda más. Sin embargo, la realidad es que su aporte calórico es muy similar al de la corteza.La corteza es más compacta y crujiente debido a su exposición al calor durante el horneado. Al deshidratarse, concentra más nutrientes por gramo, lo que puede hacerla parecer más densa en calorías.

Si hablamos en términos calóricos, no hay una gran diferencia entre la miga y la corteza. Ambos aportan las mismas calorías si se comparan en porciones iguales de peso. No obstante, al estar más deshidratada, la corteza parece más pesada y puede contener más calorías por volumen que la miga, pero esto no significa que necesariamente “engorde más”.

Lo que realmente importa es la cantidad de pan que se consume y el tipo que se elija. El pan blanco, por ejemplo, es menos nutritivo y más alto en carbohidratos simples que el pan integral, que contiene más fibra y es más saciante.

Otros falsos mitos sobre la alimentación

Herrero vuelve a confrontar dichos populares y corrientes de moda con la evidencia científica en su nuevo libro, Los bulos de la nutrición.

El libro incluye un capítulo dedicado a varias noticias falsas difundidas en los últimos años y que el autor desmiente de forma breve y con argumentos científicos.

Además de si engorda más la miga que la corteza del pan, otra afirmación falsa es que a la leche sin lactosa se le añade azúcar, una idea que proviene de una mala interpretación de las etiquetas de este producto. La leche, sea del tipo que sea, contiene aproximadamente un 5% de azúcares, de los cuales la práctica totalidad es lactosa. Las leches sin lactosa no tienen la lactosa intacta, sino la glucosa y la galactosa que la componen en forma libre.

Las diferencias entre alergias e intolerancias alimentarias, la percepción errónea de que los antioxidantes son sustancias buenas para todo o la falsa creencia de que los aditivos son compuestos que se deben evitar a toda costa son algunas de las cuestiones aclaradas en el texto.

El autor también explica cómo interpretar correctamente la información que contienen las etiquetas de los alimentos y por qué las ‘dietas milagro’ no son tan milagrosas.

Por qué la gente cree todo lo que le dicen sobre la alimentación

Los mitos sobre alimentación no dejan de ser una noticia falsa propagada con un fin concreto, y nos resultan tan convincentes porque siguen las mismas dinámicas que otras noticias falsas. “Tendemos a creer en ellos porque solemos buscar respuestas simples a problemas muy complejos, así que la presentación de una mentira con un argumento rotundo puede ser asumido como cierto”, apunta el especialista.

“Por otro lado, solemos buscar información que confirme nuestras creencias, y “si ese dato o afirmación proviene de un familiar o de un personaje conocido, aunque no sea experto en la materia, ya tendrá nuestra confianza ganada”, añade.

Además, el consumidor medio no puede acceder a información verificada científicamente de manera fácil, porque suele estar disponible en ámbitos de la investigación y generalmente en inglés.

Frente a esta situación, Herrero recomienda controlar las fuentes que consultamos: recurrir a sitios webs oficiales, buscar información que provenga de personas cercanas al ámbito científico y, sobre todo, “tener en cuenta que quien no vende nada tiende a ser más ecuánime con las informaciones que difunde”.

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