Max Balanowsky, el guitarrista cordobés que hace carrera en la cuna de la música clásica europea
Hacer carrera como guitarrista clásico en la mismísima cuna del género, como por ejemplo Salzburgo, Austria. Eso es lo que con trabajo y perfil bajo está logrando desde hace años el guitarrista cordobés Max Balanowsky (31), cumpliendo sueños que se le revelaron cuando era todavía un niño.
Oriundo de una familia de clase media de barrio Residencial Los Robles, con dos hermanos músicos bastante más grandes que él, creció pensando que todas las personas tocaban algún instrumento, que ser músico era una condición natural.
Ese contacto con la música desde tan chico tuvo una epifanía a los 11 años, cuando se quedó solo en casa, tomó una guitarra y tocó las seis cuerdas al aire: haber producido ese sonido fue como destrabar un hechizo. “Sentí algo especial, algo mágico”.
Inmediatamente comenzó a tomar clases de guitarra, “pero no como para probar o como hobby, sino porque ya decía y sabía que iba a ser músico”. “Mi primer profesor era un estudiante de medicina del Norte del país, hasta que la cosa se fue poniendo cada vez más seria y así llegué a la escuela Shinichi Suzuki, que fue como mi segunda familia”.
Años después tuvo la siguiente gran revelación, cuando fue seleccionado como solista para un concierto en el Teatro del Libertador organizado por la escuela. “Era yo solito con mi guitarra contra todo el Teatro… jamás me voy a olvidar los nervios que sentí, la adrenalina, y ahí dije ‘esta en la acción que yo quiero tener durante toda mi vida’”.
Su carrera siguió en el Conservatorio Félix Garzón, luego tomando clases en Buenos Aires con María Isabel Siewers, y entendiendo cómo funcionaba el mundo de la música académica. Así fue que con 24 años decidió probar suerte en la cuna de la música clásica, donde se mantiene una tradición muy fuerte con ese estilo.
Hacia el Viejo Mundo
De esta forma fue admitido en la Academia de Música de Darmstadt, Alemania, donde hizo su licenciatura en guitarra con el reconocido profesor Tilman Hoppstock. Max terminó viviendo siete años en Alemania. “Cómo me fue guiando, los pasos que fui dando año a año con él fueron muy seguros y forjaron una seguridad en mí que me ayudaba a continuar por este camino”, rememora.
Paralelamente, Balanowsky se mantenía en Europa tal como lo hizo siempre: con su música. “Por supuesto que no desmerezco ningún trabajo, pero para mí ya con trabajar de la música me siento un afortunado. Acá trabajé dando clases y haciendo conciertos, no tuve ningún tipo de beca ni ayuda, todo por mi cuenta. Pero como era todo dentro de la música era un buen complemento”.
–¿Qué cosas técnicas aprendiste allá que en Argentina no sabés si las hubieras aprendido? ¿Qué te da estar en la cuna de este tipo de música?
–Qué pregunta complicada…. Como adulto yo he vivido más en Europa que en Argentina, así que hay muchas cosas que desconozco de mi país, sobre cómo funciona el ámbito profesional. Como estudiante, acá aprendí que cada compositor y cada obra tienen un ADN, y que nosotros como intérprete tenemos nuestro propio ADN que hay que identificar, encontrar y saber manejar. Técnicamente hay muchas cuestiones que son similares, y las que son diferentes no son mejores ni peores, solo distintas. Son elecciones que uno toma. Incluso la guitarra sudamericana tiene un desarrollo técnico muy fuerte y hay cosas de esa escuela que se toman en Europa.
–¿Tenés un “entrenamiento” similar al de un deportista de alto rendimiento para desempeñarte en el circuito en el que lo hacés?
–Sí, seguro. Yo ahora el 26 de abril tengo una sesión de estudio para grabar un disco. Y a partir de mañana (por hoy) empiezo con una rutina de estudio hasta ese día de seis horas por jornada. Yo tengo un promedio de estudio de cuatro o cinco horas diarias. Y esa rutina está programada: empezamos con calentamiento, y luego un estudio, algún ejercicio técnico hasta ir entrando en el fuerte de tu estudio, la obra. Además, se trata de leer y saber lo que estás interpretando. Yo ahora estoy por grabar una obra de un compositor italiano que se llama Mario Castelnuovo-Tedesco, y compré un libro que tiene todas las cartas que se escribía el compositor con un guitarrista, para intentar descifrar qué pensaba él sobre mi instrumento.
Las guitarras
Para desempeñarse a ese nivel, las guitarras tienen que tener un nivel de calidad superior, comparado con la idea que cualquier persona puede tener sobre el instrumento. Hay todo un circuito de luthiers del más alto nivel que fabrican estos instrumentos a pedido, que además suelen tener demoras de varios años para concretar la entrega.
Por ejemplo, el lutier alemán Antonius Müller tiene una lista de espera de 11 años. Max le escribió ya hace tres años y medio para encargarle una, y hace dos semanas recibió un mail de Müller para decirle que estaba al tanto de la carrera que estaba desarrollando, y que podía adelantarlo en la lista de espera. “No creo que les cause mucha gracia a muchos guitarristas… pero si todo sale bien, en junio voy a tener esa guitarra”.
Eso sí, lo que no tendrá es descuento: el instrumento costará 9500 euros. Max tiene además una guitarra belga de unos 7000 euros, otra italiana y una argentina. “Por lo menos no es como otros instrumentos más caros, como un violín o un piano, que hay que pagar fortunas”.
Max está iniciando un proyecto con otro artista cordobés (de Saldán) que también está radicado en Europa. Se trata del tenor Pablo Karaman, con quien apuntan a hacer un dúo de música argentina. “Tengo una preferencia por la música argentina, intento siempre tener en mi repertorio algo nuestro. Ahora también tengo un dúo con un flautista español que hacemos mucho de Piazzolla, que acá funciona muy bien. Pablo hizo toda su carrera en Italia, cantando en los teatros más importantes, con la particularidad de que es hincha de Racing de Nueva Italia, así que nos entendemos muy bien”, dice con humor, revelando su pasión deportiva.
Desde octubre de 2020, Balanowsky se instaló en Salzburgo, Austria, la ciudad donde nació Mozart. “Vivo a 200 metros de donde nació”, comenta. Ahí vive en una residencia universitaria, rodeado de músicos del más alto nivel mundial. “Estás todo el tiempo escuchando a gente muy talentosa, y así siempre aprendés algo nuevo. Es muy importante esa relación horizontal, entre alumnos, y nutrirte de otros colegas, y acá lo estoy teniendo”.
Por más que se mueve en el mundo de la música académica, conoce y respeta la labor de los músicos populares, incluyendo la de ex compañeros suyos que trabajan en bandas de cuarteto. “Mis dos mejores amigos, uno es pianista de Ulises Bueno, Federico Funes, y el otro es bajista de Mega Track, Matías Marto. Siempre que vuelvo, los voy a ver. Me gusta la música popular cordobesa. Voy al baile de la Mona por ejemplo, y también me gusta ver el ambiente de trabajo de mis amigos, además que son de los mejores músicos que conozco, un talento aparte”.
–¿Cómo proyectás tu carrera?
–Me encantaría poder llevar muchas cosas que aprendí acá a Argentina, si no es viviendo allá, volviendo de forma seguida. No hay día que no deje de pensar en mi país. Y me gustaría tener acá mi propia cátedra con mis alumnos, mis proyectos solistas de cámara y poder llevar la guitarra a los grandes teatros de Argentina, porque a veces siento la ausencia de mi instrumento en las programaciones. Si bien hay movidas que ayudan, siento que todavía falta. Y en cuanto a Europa, hoy estoy muy bien acá, dando clases y conciertos, y vivo muy bien.