Punto de vista: El Cheto y una estrategia basada en la prepotencia del dinero

En 1997, Los Auténticos Decadentes publicaron un disco clave por varias cuestiones. Una, por los temas que contenía (Los piratas; Cómo me voy a olvidar; El gran señor; Cyrano). Otra, por el título Cualquiera puede cantar.

Y otra más, y acaso más determinante, por un arte de tapa simple y bizarro que abonó esta sentencia inclusiva con sólo poner un micrófono por encima de la toma aérea de una ciudad, que todo parece indicar que es Buenos Aires.  

El sobre interno fue aún más allá, ya que en él se agrupaban fotos de personas de todas las edades y de todos los géneros empuñando un micro en distintas situaciones, y que con sus gestos comunicaban un supremo estado de felicidad. 

Es así, cantar libera, transporta a otras realidades.   

Y tal como recordaron “Los Deca” en aquel entonces, cualquiera puede hacerlo. 

En la movida conceptual, por supuesto, aludían a ellos mismos: chabones desvergonzados que encontraron un medio de vida en esta exteriorización expresiva. 

Pero se hicieron de abajo, profesionalizaron su delirio con movidas acordes con su impacto creciente y, por sobre todas las cosas, construyeron obra sobre la base de esas voces (la de Cucho Parisi, la de Jorge Serrano, la de Diego Demarco) técnicamente discutibles. 

Cualquiera puede cantar, en definitiva. 

Hasta el empresario Maximiliano Caliva, que se hace llamar El Cheto, pese a que incursionó en una cultura, la cuartetera, que siempre despreció a esa figura. 

“Sabíamos que iba a generar un poco de contradicción en el ambiente del cuarteto. Antes, eras cuartetero o cheto. Pero estamos en el siglo 21, ni cuartetero ni cheto. Hoy los chetos escuchan cuarteto y los cuarteteros escuchan música de boliche, y está todo bien”, fundamentó en Cuarteteando, la sección de eldoce.tv dedicada al devenir de nuestra música regional. 

En ese espacio, además, reveló que sintió el impulso de ser cantante profesional a mediados de 2020 y aseguró tener “la fuerza y el espíritu” para lograrlo. 

Nada para cuestionar en ese punto, por más que en la breve enumeración de dos elementos intangibles como “la fuerza y el espíritu” también podría haber incluido el tangible “dinero”. 

“No me molesta. Hay dos cosas que a todo el mundo le gustaría tener en la vida: salud y plata. Entonces, si alguien piensa que me puedo llegar a ofender porque me digan que tengo plata…”, descargó en Cuarteteando el ahora cantante, quien en cuarentena contrató músicos desahuciados por el cese de su actividad y perfiló una propuesta tras un arduo “coacheo”. 

En la música o en las artes en general, tener dinero o resuelto el costado económico de la vida no es incompatible con la calidad ni con la credibilidad. 

Puede haber ventajas comparativas en relación con otros proyectos en desarrollo con menos presupuesto, pero a la larga terminan decantando aquellos que tienen sustento y que, por supuesto, logran interpelar a las masas consumidoras, cuyas expectativas son indescifrables aun en el imperio de los algoritmos. 

Aun cuando el caso de El Cheto se inscriba en el canon inclusivo de Los Auténticos Decadentes, no deja de sorprender cierta falta de tacto a la hora de empapelar la ciudad con afiches gigantescos o de una repentina aparición en la rotación radiofónica. Ni hablar de la programación de un baile en La Plaza de la Música, un espacio reservado sólo para una instancia de consagración. 

Creer que la plata resuelve todo es un error que se puede pagar con una decepción proporcional al entusiasmo que encendió todo. 

En este punto, vale observar que Caliva no hace más que exacerbar un tic cultural de época, que, por ejemplo, se filtra en la programación del Festival de Jesús María (abundan números folklóricos que pagan su participación) y que en Cosquín Rock ya se ha apaciguado, en consonancia con un mercado que determinó que el que no mide no toca. 

La prepotencia económica de El Cheto predispuso mal a “las audiencias”, según fuentes consultadas por VOS y de acuerdo con los mismos comentarios de oyentes de radios y de lectores de sitios en los que pauta. Tanto fue así que le cayó naturalmente el mote de “El Ricardo Fort del cuarteto”. Pero el empresario chocolatero tenía un respaldo de consumo (a veces irónico) que este del rubro constructor consigue por otra vía más aconsejable, no por la de la sobreexposición. 

Porque con dinero a favor también se puede optar por la discreción. Hacer una campaña para la escala mediana, programar bailes en pequeños salones, llenarlos de invitados, generar una sensación de fenómeno en ascenso. Es decir, cultivar un crecimiento progresivo que le dé más chances a la supervivencia a futuro. Más allá de los sobresaltos ególatras, El Cheto también recorre este camino que quizás lo lleve a un buen destino. 

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Los anuncios de El Cheto (Foto: Pedro Castillo)
El Cheto, en acción. (Facebook El Cheto)
Los anuncios de El Cheto (Foto: Pedro Castillo)
El Cheto, en acción. (Facebook El Cheto)
Los anuncios de El Cheto (Foto: Pedro Castillo)