Entrevista a Daniel “Pipi” Piazzolla: Quiero un año de gloria para mi abuelo, él se lo merece
“Grande, pibe, sé músico, sé pobre, pero sé feliz”.
Este textual le pertenece a Astor Piazzolla y lo verbalizó en los primeros ’90, en el restaurante de su hijo Daniel.
Pero el destinatario no fue este, sino su nieto Danielito, que había llegado al lugar luego de su primera clase de marketing en una universidad privada y con la firme decisión de comunicar que sólo quería dedicarse a tocar la batería, lo que más le gustaba en el mundo.
Y ese gesto de aprobación tuvo un complemento decisivo para que el músico hoy conocido como “Pipi” dejara de percutir sobre mesas, sillas y libros: un par de meses después, el abuelo Astor lo invita a su casa a tomar el té y le da 1.400 dólares para que se compre el instrumento soñado, el mismo que hoy le permite desempeñarse como músico profesional.
Más allá de obligaciones de sangre, en este relato se explica por qué Daniel “Pipi” Piazzolla tiene un rol tan activo en las celebraciones del centenario del natalicio de su abuelo, un fuera de serie que, desde su bandoneón, llevó al tango a límites insospechados. E intolerables para los puristas, claro.
Por un lado, “Pipi” es el curador de Piazzolla100, una plataforma que ofrecerá de marzo a diciembre contenidos diversos y un incesante programa de transmisiones. Y, por el otro, con su banda de jazz Escalandrum publicó 100, un disco en el que versiona varios temas de su abuelo y toca con él la Suite troileana.
¿Toca con él? Sí, tal cual, por cuanto los Escalandrum se expresan en torno a una toma inédita de un solo de bandoneón de esa composición, que Astor grabó en los porteños estudios Ion en los ’70.
“La Suite troileana es algo que quiero mucho. Es muy atractiva para mí, porque se estrenó en los años ’70 y mi papá tocaba en ese grupo (se refiere al Octeto Electrónico). Fui a ensayos, shows en vivo… Esa música la escuchaba constantemente. Además, en el auto teníamos sonando siempre un casete llamado Olympia 77, un registro del Octeto Electrónico en París en el que brilla la Suite troileana”, le cuenta “Pipi” a VOS vía Zoom.
“Con el octeto que formó mi papá en los ’90 también la tocábamos y sólo me quedaba hacerla con Escalandrum. Finalmente, tuvimos la oportunidad de interpretarla en Boedo, durante la celebración de un aniversario de Aníbal Troilo. La preparamos especialmente, porque la mostramos frente a familiares de ‘Pichuco’, y después no la tocamos más”, amplía este músico que lleva su apellido con soltura.
Astor Piazzolla, un genio irrepetible. (Facebook Fundación Astor Piazzolla)
La posibilidad de volver a esta pieza, claro, estuvo atada al descubrimiento de la toma inédita citada arriba: “Cuando surgió la posibilidad de hacer este disco, cuya mitad ya habíamos grabado en Abbey Road, planteé por qué no hacemos la Suite troileana. Y no bien dije eso, aparece Osvaldo Acedo, de los estudios Ion, mi segundo hogar, y me plantea ‘Tengo la introducción de un tema de bandoneón que dura siete minutos; era para una película que nunca salió y todo quedó cajoneado. ¿Te interesa hacer algo?’”.
“Me la pasó, la escuché y finalmente propuse ‘¿Cómo la ven, muchachos? ¿Tocamos con mi abuelo? ¿Acompañamos esto?’”, redondea “Pipi”, quien recibió un sí como respuesta de Nicolás Guerschberg (piano), de Mariano Sívori (contrabajo), de Gustavo Musso (saxo alto y soprano), de Damián Fogiel (saxo tenor) y de Martín Pantyrer (clarinete bajo y saxo barítono); de sus compañeros de Escalandrum, en definitiva.
“Dijeron todos que sí –refuerza–. Y Nicolás hizo un arreglo para armonizar, para que estemos ‘juntos’ con Astor. Fue impresionante todo, y se dio de pura casualidad. No sabía de la existencia de este material. Las cosas en Escalandrum siempre se van dando de manera mágica. No sé si es porque hace tiempo que estamos juntos o porque tenemos un entusiasmo especial por los desafíos… Se nos presentan cosas y le damos para adelante”.
–Estaría bueno que especifiques el rol de Acedo en Ion.
–Acedo es el dueño de Ion desde sus comienzos. Y es el que capturó a mi abuelo en todos los discos que grabó en esos estudios. Imagínate la cercanía: a Escualo lo grabó Acedo, a María de Buenos Aires lo grabó Acedo, a esto del Octeto Electrónico que apareció ahora lo grabó Acedo. Cuando era chiquito jugaba al ping pong en Ion e iba con su familia al club de Sadaic. Acedo es muy amigo de mi papá.
–El resto de los temas de “100” ya los había grabado en Abbey Road. ¿Fueron horas complementarias del disco “Studio 2”, de 2018?
–Cuando fuimos a grabar a Abbey Road, contratamos dos días de estudio. Hay grupos que sacan un mes, pero nuestro presupuesto sólo dio para dos días. Lo pagamos entre todos, fue un esfuerzo enorme. Por otro lado, nunca grabamos más de dos días. Siempre lo hacemos todos juntos, en vivo. El primer día ya habíamos terminado Studio 2, por lo que teníamos disponible ese estudio mítico para otra jornada. Y fue entonces cuando dije “Grabemos todos los temas de Piazzolla que no hayamos grabado aún”. Y así aparecieron Primavera Porteña, que no lo habíamos documentado nunca en sexteto; Milonga en Re, un tema muy poco transitado; Soledad, una de las milongas más conmovedoras de mi abuelo, y La muralla china, que lo hacíamos con Elena Roger y lo transformamos en instrumental con otro arreglo de Nico. Ese registro no sabíamos en qué momento lo íbamos a usar. Y ya cuando decidimos hacer un disco nuevo con repertorio de mi abuelo, planteamos “escuchemos lo de Abbey Road para ver cómo quedó”.
“Pipi”, segundo desde la izquierda, junto a sus compañeros de Escalandrum. (Prensa Escalandrum/ Javo Beraldi)
–Claramente, quedaron satisfechos.
–Suena increíble porque llegamos picantes a Abbey Road, luego de una gira de un mes. Me gusta mucho. Es feo hablar así de uno, pero realmente me gusta. En cuanto a cómo yo conozco a Escalandrum, digo que estábamos en un altísimo nivel. Y en estas sesiones en Ion más recientes, con pandemia de por medio, lo mantuvimos. Sumamos una nueva versión de Adiós Nonino, que contiene a todas las preexistentes. La del noneto, la del octeto, la del quinteto y la sinfónica.
–¿Cuál es el fin prioritario de tu trabajo como curador de las celebraciones del centenario de tu abuelo?
–Yo soy curador posta de “Experiencia Piazzolla”, algo que gusta mucho porque será en el Konex, un lugar adonde van muchos jóvenes y pasan muchas cosas nuevas. Para ese espacio, mi idea es que interprete a Piazzolla alguien que no lo haya hecho previamente. Ese experimento me copa, decirle a un emergente “¿A ver cómo lo podés hacer? Que sea a tu manera, olvídate de la presión”. Eso me atrae mucho, porque a Astor le gustaba mucho que experimentaran con su música. Mi abuelo cumple 100 años y tengo la responsabilidad y el deber de cumplir si me piden consejos y aportar ideas… Es lo que hago con la gente que arma encuentros en otros espacios.
–¿Cuáles fueron esos aportes, puntualmente?
–Con el teatro Colón tenía un montón de ideas y las aporté. La principal era que se toque el concierto del ’83 igual. Y para eso conseguí a Pedro Ignacio Calderón, que fue el director de aquella noche, y le ofrecí al “Zurdo” Roizner volver a ser el baterista. También invité a Horacio Malvicino. A los responsables del CCK les tiré la idea de recrear todas las orquestas emblemáticas de mi abuelo. Todos los ensambles, incluidos los sinfónicos. Y pasar todas las películas que tienen su música, además de una muestra inmersiva. Para el Festival de Mar del Plata también me han pedido consejos y los doy. Soy músico y conozco un montón de colegas, por eso me confían cosas. Pero no soy absolutista. Por ejemplo, en el CCK tiré la idea y ellos van a ir formando los grupos. Quiero un año de pura gloria para mi abuelo. Se lo merece, la verdad.
–En una parte, el documental “Los años del tiburón” muestra una agarrada de tu abuelo con un periodista de radio Mitre. Más allá de la aceptación o no que pueda tener Escalandrum, ¿heredaste ese temperamento?
–Él era así, aunque no cuando estaba conmigo. Lo bastardeaban y se defendía. Yo soy muy tranquilo. Lo que sí agarré de él es tratar de hacer la música que me gusta. Y ser singular. Por eso quiero que Escalandrum no se parezca a nada, que mi trío no se parezca a nada. Trato de avanzar, de estudiar. Hoy me levanté a las 7 y ya estaba practicando. O pensando cosas, ideas. Ese es el espíritu que él me inculcó. Y que toque jazz. Me regaló la primera batería. Me dijo que siguiera los pasos de Chick Corea. Cuando tenía 15 años, me aconsejó que escuchara a Corea cuando todos nosotros estábamos con Soda Stereo. Que a esa edad te entre esa información es muy importante.
“Pipi”, baterista por epifenía de cancha. (Prensa Escalandrum/ Luis Suárez)
–¿Por qué tu abuelo te regaló la batería y no otro instrumento? ¿Por qué tocás la batería con un abuelo bandoneonista con un papá pianista?
–¡Porque me encanta! En su momento, me gustó la batería. Yo estudié piano clásico de chico, un montón de años, tocaba muy bien, pero… ¡Me aburrí! Y justo en ese tiempo empecé a ir a la cancha a ver a River. Fue cuando aún estaban prohibidas las murgas en la ciudad, pero se podía ver a la hinchada tocando con mucho bombo, tambor y platos… Me pareció una experiencia gutural, como estar en la película Gladiador. Me invadió una sensación popular muy poderosa. A partir de ahí, empecé a hacer ese ritmo de murga, ¿viste? En la mesa, en un libro, en una lata. Hasta que un día vi un solo de batería en un concierto y noté que estaban todos los elementos de la murga en un solo instrumento. Tambor, bombo y platillos tocados por un solo tipo. Y flasheé. “¡Esto es para mí!”, me dije. Así arranqué.
–¿Y del pianista clásico que quedó?
–La verdad, haber estudiado piano clásico y tenido el abuelo que tuve me sirvieron para estar más preocupado por cómo suenan los demás que por cómo sueno yo. La batería es un instrumento muy invasivo que te puede llevar a que sólo estés en tu mundo. Gracias a ese entrenamiento clásico, más la incorporación jazzera en mis estudios, todo eso me hizo un batero con dinámica, algo que muchos colegas me destacan. En el tango, los instrumentos suenan muy suaves y los bateristas tenemos que ser consecuentes con eso. Si vas a tocar con el Sexteto Mayor, no podés tener la intensidad que podrías usar en una banda funk.
–¿Sabés si Marcelo Gallardo escuchó “La Gallardeta”, el tema que le dedicaste?
–La escuchó, se la pasaron. Lo vi sólo una vez en mi vida en un aeropuerto, en el que ellos iban a México y nosotros a Europa de gira. Tenía conocimiento del tema, según me dijo, y me pegó un abrazo, estaba chocho. En el fútbol es lo más parecido que hay a un músico de jazz. Tiene mucha estrategia, cambios inesperados, cambios de formación. Es como si fuera un improvisador. Pasa con sus propios jugadores. Y les baja los egos en función de una cuestión más colectiva.
–Tu papá y tu abuelo estuvieron distanciados por una década. ¿Eso enfrió tu relación con Astor?
–No, la verdad que no. Mi papá lo llamaba y le decía “acá está Danielito, te quiere ver”. Fue un bajón, pero lo sobrellevamos. A veces pasan esas cosas. Sobre todo cuando hay terceros que hablan por uno. A partir de esa experiencia, aprendí a dialogar de frente, a no dejarme llevar por comentarios.
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