Rescate de Estados Unidos: doblar la apuesta o recalcular
La política económica de una nación no opera en el vacío sino en una realidad atravesada por múltiples intereses, perspectivas y escenarios, muchas veces contradictorios entre sí.
Se implementa además en un complejo entramado de restricciones estructurales, históricas, sociales e institucionales que, tarde o temprano, terminan imponiéndose por sobre los esquemas teóricos.
Las teorías económicas ofrecen marcos interpretativos valiosos y necesarios, pero cuando no logran incorporar las particularidades del contexto corren el riesgo de ser desbordadas por la realidad que pretenden modelar.
El rescate como síntoma: ni épica ni traición
Frente al reciente e inédito salvataje financiero de Estados Unidos a la Argentina, es necesario tomar distancia tanto del relato que lo minimiza como del que lo demoniza.
Por un lado, sostener que “todo marcha según lo previsto” ignora un hecho central: los rescates ocurren cuando el plan original falla. No hay victoria en la necesidad de un auxilio. Es en todo caso una advertencia: el margen de error se ha agotado.
Por otro lado, presentar este episodio como una prueba irrefutable de la “entrega de la soberanía nacional”, sin que existan hasta el momento cláusulas concretas de condicionalidad impuestas desde Washington, parece responder más a un deseo de colapso político que a un análisis riguroso de las alternativas reales disponibles en medio de una crisis cambiaria en curso.
Sin el auxilio de Estados Unidos, el desenlace de una corrida desatada y sin capacidad de respuesta habría implicado un altísimo costo social, difícil de dimensionar.
Además, no sería la primera vez que un gobierno establece acuerdos en los cuales las condicionalidades no se conocieron. En los últimos años: el memorándum de entendimiento con Irán, negociaciones con Venezuela, base china en el sur argentino, swap con China, entre otros.
La soberanía, como tantas otras cosas, no puede ser usada según la conveniencia ideológica del momento.
La cuestión central, entonces, no es si hubo o no un “rescate”. Lo hubo. Tampoco si fue “bueno” o “malo” en abstracto. Fue útil, en tanto evitó un escenario de desestabilización abrupta con impacto social regresivo.
Lo relevante es preguntarse por qué fue necesario y sobre todo, qué hará el Gobierno a partir de ahora.
Esto, al margen de las desafortunadas declaraciones de los presidentes Milei y Trump, quienes, con el eslogan “gana Milei o el caos”, no solo socavan la construcción de la confianza necesaria para superar la crisis, sino que además generan un daño auto infligido, al dejar al propio Gobierno al borde de la cornisa en caso de una eventual derrota electoral.
Además, el tan agitado “riesgo kuka” dice más sobre las debilidades del Gobierno que sobre las virtudes de la oposición. Que uno de los espacios responsable de una de las peores herencias económicas tenga chances de volver al poder no refleja mérito opositor, sino la incapacidad del oficialismo para consolidar su propia alternativa.
Las tres anclas
El plan económico original del Gobierno se presentaba como una estrategia basada en el equilibrio fiscal, una rápida caída del riesgo país, financiamiento del déficit externo mediante capitales –propios y externos– y la acumulación de reservas.
Todo bajo la premisa de que el control monetario y fiscal sería suficiente para generar un excedente de dólares y restaurar la confianza.
Sin embargo, ese enfoque subestimó el peso de las instituciones, de la política, de la seguridad jurídica y del legado histórico en la formación de expectativas económicas.
Lo que comenzó como un ajuste fiscal y monetario –doloroso pero consistente–acompañado por acumulación de reservas y prudencia cambiaria, fue perdiendo consistencia con el paso del tiempo. La estrategia inicial se desdibujó, dando lugar a un rumbo cada vez más difuso.
Durante la primera mitad de 2025, a pesar de una liquidación récord del agro, debido a una política de reducción temporaria de retenciones, el Gobierno optó por defender un tipo de cambio bajo que fomentó una brutal salida de capitales y dejo sin dólares al gobierno.
Sin reservas, sin respaldo del mercado y con una economía estancada, las tres anclas del plan terminaron siendo el blanqueo de capitales, el Fondo Monetario Internacional y Scott Bessent.
Una encrucijada política y económica
Con el respaldo de Estados Unidos, el Gobierno enfrenta una nueva encrucijada: ¿tendrá la capacidad de hacer autocrítica, consolidar sus aciertos y corregir lo que claramente no funcionó?
Persistir en un modelo político basado en la polarización extrema, orientado casi exclusivamente a la confrontación electoral, solo agrava la fragilidad de un esquema económico atravesado por desequilibrios cambiarios y soluciones transitorias.
Replantear el rumbo requiere reconocer errores, abandonar el triunfalismo y construir consensos amplios que integren a sectores moderados.
Desde lo económico, se trata de reemplazar un esquema de supervivencia financiera por un modelo de desarrollo genuino, basado en la generación de riqueza propia, institucionalidad sólida y previsibilidad política que permita mirar más allá de la próxima elección.
Ningún plan económico, por robusto que sea, puede sostenerse sin un horizonte institucional compartido, ni sin una oposición con chances reales de alternancia.
Si esta coyuntura sirve para revisar prioridades y corregir el rumbo, habrá valido la pena. Si, en cambio, se la interpreta como una señal de fortaleza para avanzar sin autocrítica, sólo se estará postergando el próximo tropiezo.
Licenciada en Administración
La política económica de una nación no opera en el vacío sino en una realidad atravesada por múltiples intereses, perspectivas y escenarios, muchas veces contradictorios entre sí. Se implementa además en un complejo entramado de restricciones estructurales, históricas, sociales e institucionales que, tarde o temprano, terminan imponiéndose por sobre los esquemas teóricos. Las teorías económicas ofrecen marcos interpretativos valiosos y necesarios, pero cuando no logran incorporar las particularidades del contexto corren el riesgo de ser desbordadas por la realidad que pretenden modelar.El rescate como síntoma: ni épica ni traiciónFrente al reciente e inédito salvataje financiero de Estados Unidos a la Argentina, es necesario tomar distancia tanto del relato que lo minimiza como del que lo demoniza.Por un lado, sostener que “todo marcha según lo previsto” ignora un hecho central: los rescates ocurren cuando el plan original falla. No hay victoria en la necesidad de un auxilio. Es en todo caso una advertencia: el margen de error se ha agotado.Por otro lado, presentar este episodio como una prueba irrefutable de la “entrega de la soberanía nacional”, sin que existan hasta el momento cláusulas concretas de condicionalidad impuestas desde Washington, parece responder más a un deseo de colapso político que a un análisis riguroso de las alternativas reales disponibles en medio de una crisis cambiaria en curso.Sin el auxilio de Estados Unidos, el desenlace de una corrida desatada y sin capacidad de respuesta habría implicado un altísimo costo social, difícil de dimensionar.Además, no sería la primera vez que un gobierno establece acuerdos en los cuales las condicionalidades no se conocieron. En los últimos años: el memorándum de entendimiento con Irán, negociaciones con Venezuela, base china en el sur argentino, swap con China, entre otros. La soberanía, como tantas otras cosas, no puede ser usada según la conveniencia ideológica del momento.La cuestión central, entonces, no es si hubo o no un “rescate”. Lo hubo. Tampoco si fue “bueno” o “malo” en abstracto. Fue útil, en tanto evitó un escenario de desestabilización abrupta con impacto social regresivo. Lo relevante es preguntarse por qué fue necesario y sobre todo, qué hará el Gobierno a partir de ahora.Esto, al margen de las desafortunadas declaraciones de los presidentes Milei y Trump, quienes, con el eslogan “gana Milei o el caos”, no solo socavan la construcción de la confianza necesaria para superar la crisis, sino que además generan un daño auto infligido, al dejar al propio Gobierno al borde de la cornisa en caso de una eventual derrota electoral.Además, el tan agitado “riesgo kuka” dice más sobre las debilidades del Gobierno que sobre las virtudes de la oposición. Que uno de los espacios responsable de una de las peores herencias económicas tenga chances de volver al poder no refleja mérito opositor, sino la incapacidad del oficialismo para consolidar su propia alternativa.Las tres anclasEl plan económico original del Gobierno se presentaba como una estrategia basada en el equilibrio fiscal, una rápida caída del riesgo país, financiamiento del déficit externo mediante capitales –propios y externos– y la acumulación de reservas. Todo bajo la premisa de que el control monetario y fiscal sería suficiente para generar un excedente de dólares y restaurar la confianza.Sin embargo, ese enfoque subestimó el peso de las instituciones, de la política, de la seguridad jurídica y del legado histórico en la formación de expectativas económicas.Lo que comenzó como un ajuste fiscal y monetario –doloroso pero consistente–acompañado por acumulación de reservas y prudencia cambiaria, fue perdiendo consistencia con el paso del tiempo. La estrategia inicial se desdibujó, dando lugar a un rumbo cada vez más difuso.Durante la primera mitad de 2025, a pesar de una liquidación récord del agro, debido a una política de reducción temporaria de retenciones, el Gobierno optó por defender un tipo de cambio bajo que fomentó una brutal salida de capitales y dejo sin dólares al gobierno.Sin reservas, sin respaldo del mercado y con una economía estancada, las tres anclas del plan terminaron siendo el blanqueo de capitales, el Fondo Monetario Internacional y Scott Bessent.Una encrucijada política y económicaCon el respaldo de Estados Unidos, el Gobierno enfrenta una nueva encrucijada: ¿tendrá la capacidad de hacer autocrítica, consolidar sus aciertos y corregir lo que claramente no funcionó? Persistir en un modelo político basado en la polarización extrema, orientado casi exclusivamente a la confrontación electoral, solo agrava la fragilidad de un esquema económico atravesado por desequilibrios cambiarios y soluciones transitorias.Replantear el rumbo requiere reconocer errores, abandonar el triunfalismo y construir consensos amplios que integren a sectores moderados. Desde lo económico, se trata de reemplazar un esquema de supervivencia financiera por un modelo de desarrollo genuino, basado en la generación de riqueza propia, institucionalidad sólida y previsibilidad política que permita mirar más allá de la próxima elección.Ningún plan económico, por robusto que sea, puede sostenerse sin un horizonte institucional compartido, ni sin una oposición con chances reales de alternancia. Si esta coyuntura sirve para revisar prioridades y corregir el rumbo, habrá valido la pena. Si, en cambio, se la interpreta como una señal de fortaleza para avanzar sin autocrítica, sólo se estará postergando el próximo tropiezo.Licenciada en Administración La Voz
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