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La Argentina, sin palabras

“Cada palabra tiene consecuencias, cada silencio también”, escribió Jean-Paul Sartre en Los Tiempos Modernos, la publicación de temas políticos, filosóficos y literarios que creó y dirigió.

Que tengan consecuencias prueba que tienen sentido. Por eso cuando las palabras y los silencios dejan de tener consecuencias, las democracias se debilitan. Al no fundamentarse en la fuerza sino en la razón, el Estado de derecho necesita que las palabras tengan sentido porque ellas son el instrumento por el cual transita la razón.

Esa es precisamente una de las tantas señales de que el Estado de derecho está en peligro. El sistema que hizo grande y libre al hemisferio noroccidental está jaqueado por líderes inconcebibles que usan las palabras como objetos sonoros para impactar, no para convencer; para exacerbar y movilizar, no para explicar.

Esos liderazgos patológicos jaquean la democracia liberal por derecha e izquierda. La mayor ofensiva actual proviene de un conservadurismo recalcitrante que idolatra a los megamillonarios como seres superiores.

Donald Trump es la mayor expresión de una retórica disparatada. Se podrían llenar corpulentos volúmenes con sus desvaríos mesiánicos y afirmaciones absurdas. Su mayor fan sudamericano también ha hecho de la palabra un objeto sonoro, pero a esta altura está perdiendo la capacidad de impacto.

No puede no ser tóxico para la democracia que un presidente haga ministra a quien había acusado de “poner bombas en jardines de infantes”. Tampoco dejar la economía en manos de dos viejos lobos de la casta financiera a quienes acusaba de los peores desastres económicos.

Del mismo modo, no puede ser inocuo que Jorge Taiana y la dueña del dedo que lo puso en la lista no logren usar la palabra “dictadura” para definir una dictadura. Según Taiana, lo que impera en Venezuela es “una democracia con fallas”. Desolador, como el silencio de quienes debieron corregirlo en su propia vereda, diciendo la palabra “dictadura”.

Gabriel Boric lo dice con todas las letras. Siendo de izquierda, el presidente chileno puede describir al régimen facineroso de Nicolás Maduro como lo que es: una dictadura. Pero no pueden Evo Morales ni Luis Arce ni Rafael Correa, entre otros, porque, al igual que la dirigencia a la que pertenece Taiana, habrían sido “beneficiados” por la financiación desde PDVSA de la construcción de liderazgo de Hugo Chávez a escala internacional.

Hace dos años, Juan Grabois había usado una vulgaridad escatológica para decir que jamás votaría “al sinvergüenza de Massa” y después, como si nada, hizo campaña por él. Y los ejemplos de estas palabras sin consecuencias siguen hasta el infinito.

La mano visible

Cada dos por tres Javier Milei va a Washington para que la fuerza de la imagen supla el débil impacto de su palabra devaluada. Fotos con Trump, con Elon Musk, con J.D. Vance, con Scott Bessent, con Cristalina Georgieva; fotos en el Salón Oval, en la entrada de la Casa Blanca; siempre con los pulgares hacia arriba, siempre apretando contra el pecho la carpetita y el estuche.

Lo único claro en esta Argentina cada vez más parecida al desolado camino rural donde Vladimiro y Estragón esperaban a Godot en la obra de Samuel Beckett, es que en la economía de Milei a “la mano invisible del mercado” la reemplazó la mano visible del titular del Tesoro norteamericano.

Los insultos de Milei ya no generan expectativa de que vaya a terminar con “la casta”. Los comandos de su gobierno están en manos de exponentes de esa nomenclatura mediocre.

La corrupción se muestra en sus peores expresiones (narcotráfico, coimas, timba financiera); las listas electorales son verdaderos depósitos de ignotos oportunistas y, en materia de padecimiento social, Milei es tan poco original que le pide a la sociedad “un esfuerzo más porque estamos a mitad del río”.

Esas palabras ya no generan nada. Como en otros países de Occidente, la palabra fue vaciada. Por eso Milei acumula millas aéreas para buscar fotos con Trump. Fotos en las que Trump le da un cuadrito que instantes antes él le había alcanzado para que se lo dé en cámara como si le entregara un reconocimiento. Fotos en las que abraza a Trump con mirada y sonrisa de admirador cholulo. Fotos con la motosierra. Muchas fotos para que en los diarios impacten más que los artículos sobre esos viajes.

La escasa duración de los encuentros con el magnate neoyorquino muestra que a Milei no le hace falta viajar a cada rato. Para pedir salvavidas en esta sucesión de naufragios basta y sobra con que viaje el ministro Luis Caputo. El Presidente lo acompaña sólo para seguir engrosando su álbum de fotografías.

Los ejemplos de vaciadores de la palabra son muchos y abarcan varias fuerzas políticas. Pero la mayoría está en los polos más ideologizados.

Si algo logra revertir este crepúsculo de la democracia liberal, las palabras y los silencios volverán a tener inexorables consecuencias, como advertía el lúcido autor de El Ser y la Nada.

​“Cada palabra tiene consecuencias, cada silencio también”, escribió Jean-Paul Sartre en Los Tiempos Modernos, la publicación de temas políticos, filosóficos y literarios que creó y dirigió.Que tengan consecuencias prueba que tienen sentido. Por eso cuando las palabras y los silencios dejan de tener consecuencias, las democracias se debilitan. Al no fundamentarse en la fuerza sino en la razón, el Estado de derecho necesita que las palabras tengan sentido porque ellas son el instrumento por el cual transita la razón.Esa es precisamente una de las tantas señales de que el Estado de derecho está en peligro. El sistema que hizo grande y libre al hemisferio noroccidental está jaqueado por líderes inconcebibles que usan las palabras como objetos sonoros para impactar, no para convencer; para exacerbar y movilizar, no para explicar.Esos liderazgos patológicos jaquean la democracia liberal por derecha e izquierda. La mayor ofensiva actual proviene de un conservadurismo recalcitrante que idolatra a los megamillonarios como seres superiores.Donald Trump es la mayor expresión de una retórica disparatada. Se podrían llenar corpulentos volúmenes con sus desvaríos mesiánicos y afirmaciones absurdas. Su mayor fan sudamericano también ha hecho de la palabra un objeto sonoro, pero a esta altura está perdiendo la capacidad de impacto.No puede no ser tóxico para la democracia que un presidente haga ministra a quien había acusado de “poner bombas en jardines de infantes”. Tampoco dejar la economía en manos de dos viejos lobos de la casta financiera a quienes acusaba de los peores desastres económicos.Del mismo modo, no puede ser inocuo que Jorge Taiana y la dueña del dedo que lo puso en la lista no logren usar la palabra “dictadura” para definir una dictadura. Según Taiana, lo que impera en Venezuela es “una democracia con fallas”. Desolador, como el silencio de quienes debieron corregirlo en su propia vereda, diciendo la palabra “dictadura”.Gabriel Boric lo dice con todas las letras. Siendo de izquierda, el presidente chileno puede describir al régimen facineroso de Nicolás Maduro como lo que es: una dictadura. Pero no pueden Evo Morales ni Luis Arce ni Rafael Correa, entre otros, porque, al igual que la dirigencia a la que pertenece Taiana, habrían sido “beneficiados” por la financiación desde PDVSA de la construcción de liderazgo de Hugo Chávez a escala internacional.Hace dos años, Juan Grabois había usado una vulgaridad escatológica para decir que jamás votaría “al sinvergüenza de Massa” y después, como si nada, hizo campaña por él. Y los ejemplos de estas palabras sin consecuencias siguen hasta el infinito.La mano visibleCada dos por tres Javier Milei va a Washington para que la fuerza de la imagen supla el débil impacto de su palabra devaluada. Fotos con Trump, con Elon Musk, con J.D. Vance, con Scott Bessent, con Cristalina Georgieva; fotos en el Salón Oval, en la entrada de la Casa Blanca; siempre con los pulgares hacia arriba, siempre apretando contra el pecho la carpetita y el estuche.Lo único claro en esta Argentina cada vez más parecida al desolado camino rural donde Vladimiro y Estragón esperaban a Godot en la obra de Samuel Beckett, es que en la economía de Milei a “la mano invisible del mercado” la reemplazó la mano visible del titular del Tesoro norteamericano.Los insultos de Milei ya no generan expectativa de que vaya a terminar con “la casta”. Los comandos de su gobierno están en manos de exponentes de esa nomenclatura mediocre. La corrupción se muestra en sus peores expresiones (narcotráfico, coimas, timba financiera); las listas electorales son verdaderos depósitos de ignotos oportunistas y, en materia de padecimiento social, Milei es tan poco original que le pide a la sociedad “un esfuerzo más porque estamos a mitad del río”.Esas palabras ya no generan nada. Como en otros países de Occidente, la palabra fue vaciada. Por eso Milei acumula millas aéreas para buscar fotos con Trump. Fotos en las que Trump le da un cuadrito que instantes antes él le había alcanzado para que se lo dé en cámara como si le entregara un reconocimiento. Fotos en las que abraza a Trump con mirada y sonrisa de admirador cholulo. Fotos con la motosierra. Muchas fotos para que en los diarios impacten más que los artículos sobre esos viajes.La escasa duración de los encuentros con el magnate neoyorquino muestra que a Milei no le hace falta viajar a cada rato. Para pedir salvavidas en esta sucesión de naufragios basta y sobra con que viaje el ministro Luis Caputo. El Presidente lo acompaña sólo para seguir engrosando su álbum de fotografías.Los ejemplos de vaciadores de la palabra son muchos y abarcan varias fuerzas políticas. Pero la mayoría está en los polos más ideologizados.Si algo logra revertir este crepúsculo de la democracia liberal, las palabras y los silencios volverán a tener inexorables consecuencias, como advertía el lúcido autor de El Ser y la Nada.  La Voz

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