Por qué Mi pobre angelito es la gran película navideña de los últimos años
El fin de semana pasado, como anticipo a la época navideña, volví a ver Mi pobre angelito (Home Alone). Pero esta vez, el visionado vino con un valor agregado, uno muy especial. Pude hacerlo en el marco de la gira que el actor Macaulay Culkin, quien interpreta al adorable Kevin McCallister, está haciendo por varias ciudades de EE. UU., y en la que aparece al final del filme para charlar con el público.
No sé cuántas veces habré visto Mi pobre angelito, pero son muchas. La película del gran John Hughes ha sido la banda visual y sonora de los que crecimos en la década de 1990 y la cara de Macaulay frente al espejo gritando después de ponerse esa loción nos ha acompañado durante más de tres décadas durante las Fiestas. Verlo y escucharlo en vivo cuando habla sobre esa película con tanto amor, considerando todo lo que la fama le costó en términos personales, me hizo quererla aún más, y a él también.
No soy la única: ese fue mi grato descubrimiento. A 34 años del estreno en el cine, la pasión por el filme navideño no ha disminuido ni un ápice y encuentra una suerte de llama inagotable a fin de año. Mi pobre angelito nunca falla, nunca falta, siempre acompaña. Y el público la recibe. Literalmente, es un clásico.
Quienes la vieron de niños quizás hoy la comparten con sus hijos. Quienes no tienen hijos quizás simplemente la miren para divertirse con la absurda trama sobre un niño que se queda solo en su casa antes de Navidad y tiene que defenderla de un par de ladrones. Hay que recordar que la historia, que se estrenó en la pantalla grande sin mucha expectativa, pasó en breve a convertirse en un blockbuster inesperado y consolidarse como un fenómeno cultural atemporal que ha envejecido mejor que Brad Pitt.
Dirigida por Chris Columbus y con música de John Williams, esta comedia navideña continúa cautivando a los espectadores con una fórmula precisa: mezcla de humor, pizca de momentos conmovedores y un eterno espíritu festivo que la convierten en una tradición. En Estados Unidos, en particular en los lugares en que la nieve suele ser protagonista durante los meses de invierno, para muchos, verla es tan parte de la temporada como decorar el árbol o recibir regalos.
Podremos discernir, pero pocas películas han logrado grabarse tan profundamente en el imaginario popular. Cada elemento es icónico: frases como “Quédate con el cambio, animal asqueroso”, el trineo bajando por la escalera, las payasadas de los “Bandidos mojados” Harry y Marv (Joe Pesci y Daniel Stern), los picaportes calientes, la araña en la cara, están sedimentados en la memoria de millones.
A tal punto es así que en esta gira, en la que Macaulay comparte sus archiconocidas anécdotas, la gente colma los teatros no sólo para escucharlo contar cosas que ya han escuchado mil veces, sino también para ver Mi pobre angelito en la pantalla grande, en comunidad, y se ríe como si fuera la primera vez, y disfruta de sus gags como si nunca la hubiera visto antes.
Culkin, quien luchó contra el encasillamiento y las presiones de la fama prácticamente toda su vida, se ha reinventado meritoriamente y ha demostrado que hay más en él que el niño adorable y travieso que todos creemos conocer. Su viaje es un testimonio de resiliencia en el showbusiness. Al recuperar su narrativa y abrazar su legado, Culkin se ha asegurado de seguir siendo una figura querida, al mismo tiempo que inspira a otros a tomar el control de sus propias historias. Y en este evento inédito, el público realmente le agradece la intervención, porque no puede pensarse el éxito de Mi pobre angelito sin pensar en ese niñito rubio tan expresivo que nos regaló una de las performances más memorables.
Ver a Macaulay hablar abiertamente de la película con la gente, más de tres décadas después, es un honor y, además, es testimonio del poder de la narración que resuena universalmente, de la magia del cine y también de la importancia de la familia. El mensaje es claro: un recordatorio de que, a veces, quedarse solo es todo lo que se necesita para apreciar lo que realmente importa. Hágame caso, si no tiene grandes planes para Navidad, invite a alguien a verla. No se va a arrepentir.